La utopía de Vasco de Quiroga

Daniel Gómez Escoto, invitado

Acorde con el anhelo renacentista de un mundo puro, la cultura española tradicionalista logra enlazarse a la influencia humanista, con el prospecto de las nuevas tierras descubiertas, bajo una tendencia naturalista como depuradora, que al ser inoperante en la Europa de esos años, invita a su implantación en la humanidad nueva. Los simpatizantes españoles de la Utopía de Tomás Moro siguen con extraordinaria acogida la orientación humanista de la misma, siendo la figura de Vasco de Quiroga, en su carácter de magistrado, la forma como se puede ajustar la vida de los pueblos descubiertos al esquema utópico reinterpretado por el oidor.

El ideal de Quiroga se planteaba en general, como la fundación de poblados agrícolas, sujetos a ordenanzas y convivencia con frailes que hicieran habito de virtud. Buscando en la semejanza del indígena con los apóstoles, en la humildad y simplicidad con que se mostraban, deseaba implantar una forma parecida a la primitiva iglesia cristiana, dejando constancia de esto en sus primeras cartas enviadas a España en 1531. Años después, describe en su “Información en Derecho” de 1535, diversos temas en los que trata de la guerra, la esclavitud, rescates, poblaciones y costumbres como encargo de a corona española a la Segunda Audiencia de México, siendo aquí donde se identifica por segunda vez su adhesión al ideal de Tomás Moro, en el anhelo de un mundo sencillo y perfecto donde la Utopía serviría de método, infundiendo a este magno proyecto una elevadísima moral humanista.

En el periodo de 1531 a 1535, Vasco de Quiroga impaciente, funda el primer modelo de poblado utópico, llamado hospital-pueblo de Santa Fe. Fundó después, bajo el mismo modelo, otro centro en Atamataho Michoacán en el año de 1533.

Cuatro años después, en 1538, es electo obispo de Michoacán, hecho que no le impide seguir organizando poblaciones y ampliando con esto sus posibilidades, ya que mandó instruir a las poblaciones en diferentes industrias para enlazarlas por la necesidad de los intercambios. Después de su gran esfuerzo personal que llega hasta el grado de vender sus propias vestimentas, según datos proporcionados por otros personajes de la época, Quiroga se encarga desde su obispado de aplicar minuciosamente su esquema utópica, dejando atrás poco a poco la intención continental de su aplicación, y dirigiendo su esfuerzo hacia aquellos poblados de dimensiones más realistas, transformándolos con su salario.

Quiroga sigue hasta su vejez con el mismo ideal creador, y es entonces cuando redacta las llamadas Ordenanzas para los dos hospitales-pueblos principales: el de México y el de Michoacán, llamados los dos “Santa Fe”; debido a que dichas Ordenanzas son basadas en La Utopía de Moro, cabe hacer aquí una comparación de sus principios:

En Utopía, la organización de las familias del campo y la ciudad, así como la manera de distribuir los frutos es comunal, aunque con una reinterpretación en algunas cláusulas tanto de Moro como de Quiroga. Se conservan principalmente los conceptos de propiedad, ya que en Utopía no existen propietario, sino usufructuarios de los bienes. En lo que respecta a las familias, estas se componen de una manera extensa, pudiendo abarcar parientes de todos los grados, más los sirvientes, obedeciéndose al varón más anciano y a la matrona de la casa. En caso de sobrepoblación, se fundan nuevas colonias.

En Utopía, Moro autoriza el despojo a los que atienden la tierra como es debido por su holgazanería. En cada familia se cultivan hortalizas y flores; las características de la vivienda revisten sencillez en el exterior, sin faltarles la limpieza; tampoco son necesarios los cerrojos, y cada diez años se efectúa un sorteo que concluye en la mudanza general de habitaciones.

En el aspecto urbano y rural, la población se transforma bajo la interpretación de Moro a la división de oficios de Platón, estableciendo que todos los utopienses, sin excluir a las mujeres, aprendan desde su niñez, la agricultura y algún otro oficio mecánico siendo este necesario, por la obligación de trabajar en el campo cada dos años, permitiendo con esto el ubicarse según su vocación urbana o rural y establecerse en definitiva, previa licencia.

Lo colonos rurales, al término de su trabajo y abasto de pan, deben repartir el excedente entre los poblados aledaños, y como correspondencia al campo, las ciudades envían a éste todo lo que se necesite, incluyendo que cada mes los colones rurales se integran a la ciudad como recreación. El mercadeo es especial, acudiendo al mercado central para obtener lo necesario sin pagarlo, ya que existe de todo en abundancia y nadie pide más de lo que necesita. La distribución se hace por el Senado y el sobrante se vende a precios moderados a los extranjeros. En época de siega las labores son atendidas no sólo por los colonos rurales, sino por toda la comunidad.

En las ordenanzas, Quiroga dispone que las tierras de los hospitales-pueblos, sean bienes comunales, y cerca de la casa, los vecinos puedan tener huertos familiares con fines de costa, pero sólo con el carácter de usufructuarios. Por causa de muerte o licencia, pasa el derecho a los hijos o nietos mayores casados, por su orden o prioridad.

En defecto de estos herederos suceden en el usufructo los más antiguos casados y mejores cristianos; además, queda establecido que no se puede enajenar cosa alguna del hospital, así como de los huertos o familias; dice Quiroga: “y no se podría por largo tiempo sustentar, ni conservar esta Hospitalidad […] apropiándolo cada uno para sí lo que pudiese, y sin cuidado de sus próximos, como es cosa verosímil que sería, y se suele hacer por nuestros pecados, y por falta de semejante policía y concierto de República, que es procurar lo propio y menospreciar lo común que es de los pobres”.

El concepto de la familia extensa en Quiroga es muy similar al descrito por Moro en la Utopía; también, se acepta por el primero la rotación por turnos entre la población rural y urbana; para ello se propone aprender como dualidad oficios del campo y de la ciudad, por lo que necesitan tener todos sus instrumentos de trabajo, cosechando para sí con una repartición razonada, dice Quiroga: “… no como niños, sino cuerda y prudentemente, según la edad, fuerza, trabajo y diligencia de cada uno, a vista y parecer de su maestro, con alguna ventaja que se prometa y dé a quien mejor lo hiciere”.

Respecto a las niñas, Quiroga y Moro coinciden en incorporarlas, a su manera y de acuerdo a las costumbres de la época de entonces, al trabajo social. En el caso de los adultos en general, vuelven a coincidir en la manera de cómo ayudarse en los casos de cosechas muy grandes, cuando necesitaban de la participación de muchas más personas que lo normal, incluyendo las urbanas, para realizar sus faenas, ya que se sembraba el doble de lo necesario para fines de reserva. La distribución de los productos se realizaba de acuerdo a las necesidades familiares, de modo que ninguno padecería privaciones, siendo con ello coherentes con sus convicciones de comunalidad que considera apropiada una moderación en el trabajo.

Se exige sólo un esfuerzo tolerable, contemplando el excedente, según lo dispuesto por Quiroga, para mantener indios pobres acogidos al hospital. Quiroga concebía su ideal de manera continental, pero sin perder de vista que esto se llevaría a cabo principalmente en los hospitales-pueblo que él fundara con sus propios recursos, y que al final serían los únicos que mantendrían vigentes las normas, después de su muerte. No porque así los dispusiera Quiroga, sino porque la época de oro en que coincidieron sus ideales se transformó. Carlos V se retiró a Yuste en 1556. Antonio Mendoza es trasladado a Perú, y muere en 1552. Fray Juan de Zumárraga muere en 1548. Estos hechos históricos no pueden profundizarse en este escrito, ya que sólo a manera de contraste se redescubre un tema que resalta aspectos humanos y reivindicativos de nuestra Historia Hispanoamericana.

Con el objeto de simplificar las coincidencias existentes entre Platón, Tomás Moro y Vasco de Quiroga, podemos enfatizar su finalidad ética, como virtud y concierto en su república, sólo faltando a hacer mención de dos principios adicionales que se consideran esenciales: el de los oficios útiles y las costumbres moderadas; y el de la Jornada de trabajo de seis horas.

En la Utopía de T. Moro, se estipula que los oficios no se ejercen, ya que en la línea de sencillez, los vestidos tanto de hombres como de mujeres descartan por su lujo, cumpliendo éstos sólo las características que por sexo, estado civil y clima tuvieran, elaborándose todo en casa. Sólo en caso de que la república tuviera la necesidad de aumentar el número de participación en alguna clase de trabajo, los magistrados influyen en la elección del oficio que se ejerce por lo general a placer de cada quien, en el entendido de que los utopienses de Moro no son esclavos del trabajo.

La jornada de seis horas, tres antes de comer y tres después, justificándose esto por Moro en el hecho de que si el trabajo está destinado a fines útiles exclusivamente y en el que las mujeres y los hombres realicen responsablemente su carga de trabajo, en comparación con otras naciones, la jornada puede disminuir sin caer en la pereza o detrimento social, puesto que se acude, en el caso de los obreros, a la instrucción de sus horas libres, ya que esencialmente la república debe ser también culta considerando la oportunidad de que si alguno sobresale en aptitudes de sabiduría, éste es absuelto en la obligación del trabajo manual, así como la consideración de los juegos, regocijos y demás honestos entretenimientos de los ciudadanos.

En Utopía, solo están exentos de los oficios manuales de los magistrados y los sabios, pero ocurre que por vía del ejemplo, éstos no utilizan la dispensa; en comparación los trabajos poco decentes son encomendados a esclavos, y si los ciudadanos viajan, esto deberá ser con previa licencia y en lugares donde apoyen a fin de evitar holgazanería. Con respecto a la base filosófica de sus planteamientos, Quiroga, se remite a la tradición cristiana, mientras que Moro trata en sus escritos de filosofía que debería presidir sobre su república; así también, Moro establece el principio de tolerancia, mientras que Quiroga se preocupa por desterrar la idolatría y afianzar la religión católica entre los indios.

Como aclaración de la esclavitud en Utopía, esta se incluye por la aceptación de los delincuentes y condenados a trabajos forzados de otros países. Moro no sigue a Platón en cuanto se refiere a la comunidad de mujeres, y mucho menos lo hace Quiroga quién combate la poligamia entre los indios. Moro detalla el ceremonial de las fiestas religiosas. Quiroga acepta el ideal de una sociedad enemiga del lujo; sin embargo, del mismo modo que Moro hace recomendaciones detalladas acerca de la sencillez y limpieza de los trajes de sus indios, admitiendo solo la diferencia, por el estado civil y aceptando de plano la jornada de seis horas que los regidores y rector del hospital deberán exhortar para que se acuda de buena voluntad sin rehusarse, salvo por causas de enfermedad u otro impedimento legítimo, así, para los hombres como para las mujeres.

Quiroga conserva también la previsión de cosechas así como la venta del excedente, depositándose lo recaudado en un gran cofre de tres llaves: una del redactor, otra del principal y la última del más antiguo regidor, haciendo las cuentas anualmente. Quiroga permite que las familias urbanas del hospital, como recreación, visiten a las rurales previa licencia y adjudicación de alguna ocupación de apoyo.

En cuanto a las festividades religiosas, Quiroga dispone que se celebran: la exaltación de la cruz, San Salvador, Asunción, San Miguel y otras. Habría una sala grande donde comieran juntos, y se regocijaran en pascuas así como en festividades. El gasto era común, turnándose las familias para preparar los alimentos. En cuanto al hospital, aquí no existían esclavos, a diferencia de lo prescrito por Moro; considera en su esquema la disponibilidad de salas especiales para enfermos contagiosos y otros que no lo sean. Atienden la hospitalidad un mayordomo y un despensero, quienes administran y suministran los mejores frutos. El ideal de cultura se expresa por Quiroga en la propuesta de un colegio para la instrucción cristiana y moral de los indios.

El último punto de nuestra comparación será la magistratura familiar y electiva de Moro con las ordenanzas de Vasco de Quiroga; el primero estipula jerarquía doble: una de base familiar y otra popular con restricciones que las aparten del voto universal directo. Las familias en este caso obedecen al más anciano y cada grupo de treinta familias selecciona un magistrado que los preside; la elección es por escrutinio secreto, cumpliendo su cargo de forma vitalicia. Sin embargo, puede ser destituido por déspota. Los acuerdos no se toman el mismo día en que se presentan los proyectos, sino tres días después para dejar tiempo a la meditación, y no caer a la precipitación, en la razón de que los hombres prefieren mantener una idea falsa que retractarse.

En casos de suma importancia, se reúne el consejo de la isla. Todo el sistema responde a una modalidad democrática, pero sin prescindir de magistraturas familiares que sirven para la fiscalización del órgano del gobierno. Hasta aquí la propuesta de Tomás Moro.

Vasco de Quiroga propone a los jefes ancianos como dirigentes de las familias, que representen a varios  matrimonios, aparte existen regidores y un principal que es elegido por los ancianos en votación secreta, ocupando el cargo durante el periodo que oscila entre tres y seis años. Asimismo, se eligen los regidores anualmente. Dice Quiroga: “de manera que ande la rueda por todos los casados hábiles”, los designados se reúnen cada tres días y siempre procurarán que los más pobres no sean perjudicados. El principal es el que sigue después del rector en jerarquía, debiendo tener como virtudes la mansedumbre, el sufrimiento y no más áspero y riguroso que el conveniente, procurando ser más amado que temido. Sin embargo, los elegidos no pueden ser obligados a desempeñar el cargo. Tanto el principal como los regidores son los encargados de la rotación de familias rústicas a familias urbanas y viceversa. Quiroga, aunque respetando la propuesta utópica de Moro, hace emparentar el gobierno de sus hospitales con la terminología y funciones de los ayuntamientos o consejos españoles.

Por otra parte, Quiroga sigue literalmente a Moro en que los acuerdos no se tomen en la primera reunión, sino en dos o tres días de diferencia, informando de todo al rector y renovando anualmente los términos físicos y legales de las tierras, conservando las escrituras para evitar litigios. En el caso de pleitos se les recomienda someterse al fallo del rector y regidores. En el orden penal admite expulsar al malo o escandaloso e incorregible, así como al borracho y perezoso, previa consulta con el rector.

En cuanto al origen los padres de familia o ancianos así como el principal y regidores todos serán indígenas, siendo el rector un eclesiástico español. Queda estipulado todo esto en el testamento de Quiroga antes del año 1565.

A manera de comparación y coincidencia espiritual de las Ordenanzas con la Utopía, añadimos la confesión de Quiroga en su padecer de 1535, en el sentido de que la obra de Tomás Moro fue “dechado” de donde tomo la suya, juzgando aquella, lúcidamente aplicable aún antes de morir, diecisiete años después de Zumárraga y trece del virrey renacentista Antonio Mendoza, primero de la Nueva España.

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