¡La plebe se unió a la insurgencia!
El martes 18 de septiembre de 1810, tres días después del llamado de Hidalgo a la rebelión en Dolores para “coger gachupines”, el intendente Juan Antonio Riaño, representante del Rey en la intendencia de Guanajuato, es informado por un enviado de Francisco Iriarte – que llegó desde la hacienda de San Juan de los Llanos (cercana a San Felipe) – de la rebelión iniciada con un grito masivo de libertad por parte de los artesanos, campesinos, indígenas, curas y militares, luego de que repicaron las campanas; del apresamiento de europeos – principalmente españoles – , y de la liberación de reos. Para esta fecha, ya caída la tarde, los insurgentes sumaban contingentes en San Miguel el Grande, a pocos días de la rica ciudad minera.
En el correo de Iriarte se le informa a Riaño que en la madrugada del domingo 16 de septiembre el cura Hidalgo ordenó la aprehensión de todos los europeos radicados en Dolores en vista de que la conspiración había sido descubierta, y que con esta acción se había iniciado un levantamiento. Aparentando tranquilidad, el intendente comienza a citar a los suyos y pide mayor discreción: el cura Hidalgo tenía infinitas amistades en la ciudad y contaba con la simpatía del pueblo, en especial con los ingenieros mineros, egresados del Colegio de Minería, con los que había coincidido en varias diligencias camino a la Ciudad de México.
La noticia de la rebelión con los orígenes en Dolores se esparció rápido en la ciudad de Guanajuato: esa mañana del 18 de septiembre había consternación en la sociedad española… eran los funerales del señor Martín de Riva. El correo también señalaba que el capitán Ignacio Allende, había interceptado la orden de su captura emitida por el intendente al subdelegado de San Miguel el Grande.
Riaño conocía la capacidad de liderazgo de Don Miguel Hidalgo
Juan Antonio Riaño, que conocía la capacidad de liderazgo del sacerdote Miguel Hidalgo, se dedicó desde ese momento del día 18 en que recibió la noticia a preparar la defensa de la ciudad de Guanajuato. Con esta información, Riaño confirmó lo que el día 13 del mismo mes confió al capitán Francisco Bustamante, de que rondaba en el ambiente un levantamiento. (Bustamante era el capitán del Regimiento de la Reina, de donde también eran los capitanes Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo, tres de los líderes insurgentes que apoyaron el levantamiento del cura).
Bustamante reveló a Riaño documentos acerca de la conspiración
Totalmente en privado y en un prolongado almuerzo, sostenido el día 14 de septiembre, el capitán Francisco Bustamante, le reveló al intendente Riaño los documentos acerca de que la conspiración entre curas y militares se manifestaría en la ciudad de Guanajuato el día primero de octubre por la noche y que, para ello se unieron los coroneles de su batallón, Juan Morales, Fernando Rosas e Ignacio Domínguez, y el tambor mayor, José María Garrido, a fin de que convencieran a los soldados de la guardia a unirse a la rebelión. Garrido se vió obligado a delatar la conspiración: con mujer e hijos pequeños se le dijo que iría a prisión y que su familia sería expulsada de la ciudad. A él, que había confesado recibir 70 pesos para sumarse a la rebelión, el intendente Riaño lo obligó a espiar a Hidalgo en Dolores, y ordenó que los sargentos considerados como cómplices fueran arrestados. Horas después, sin dormir y comiendo poco, regresa Garrido para informar que es real el levantamiento. Riaño confirmaba lo revelado por el capitán Bustamante.
En ese momento no había duda de que el alzamiento era real y que pronto estaría en Guanajuato. (Garrido es puesto en prisión con el argumento de que sus compañeros sospecharían su traición… su familia fue sacada de la ciudad)
Se dio el toque de la generala en la ciudad de Guanajuato
La primera acción del Intendente Riaño fue ordenar el toque de generala. Es decir, llamar mediante un toque a las fuerzas de una guarnición o campo para que se pongan sobre las armas. La alarma cundió sobre la población: hubo cierre inmediato de los comercios y de las puertas de las casas. El sonido agudo de la trompeta surcó el caserío, las minas y las haciendas cercanas. No todos los días del año se tocaba la generala. Esto llamó la atención de toda la población. Muchos conspiradores locales se entusiasmaron porque había indicios de que el levantamiento del pueblo del Bajío era un hecho. Secreto a voces, eran muchos los amantes de un cambio inmediato: los indígenas, los campesinos y los trabajadores mineros eran ciudadanos de cuarta, que tenían que hacerse a un lado de las callejuelas para ceder el paso a gachupines y personas distinguidas.
El pueblo en masa acude a la Plaza Mayor
Al llamado de la generala entonada por un militar adiestrado acudió el pueblo en masa: los vecinos principales, los comerciantes, los trabajadores de minería y la plebe, conocida y llamada así por los europeos y los ricos del lugar en la Plaza Mayor. También acudieron americanos pudientes. Se juntó el batallón y se veía a hombres correr tanto a caballo como a pie en diferentes direcciones. Se cerraron las puertas con cerrojo y la comunidad de San Diego se presentó en la puerta del templo enarbolando un Santo Cristo.
Una vez reunidos los grupos comenzaron los rumores, las especulaciones y la alarma. El intendente Riaño, parado en lo alto de una banqueta y rodeado de su guardia personal, comunicó a la población que el cura Hidalgo, se había sublevado días atrás con las gentes de aquella población y que se encaminaba hacia esta ciudad.
Los fugaces pensamientos de los presentes viajaron a sus casas, a sus hijos, y a sus centros de trabajo y negocios.
Riaño pide a la plebe que continúe con sus actividades cotidianas
El intendente, tratando de dar confianza, habla de su fortaleza militar; de la petición de auxilio a la ciudad de México ya en camino y a militares de pueblos cercano. Con todo suave, ya en la parte final de su discurso, Riaño les solicitó su cooperación para que se presentara los que tenían armas a la brevedad posible en el Cuartel General y, como un acto cotidiano de marginar al grueso humilde, pidió que la plebe continuara con sus actividades cotidianas.
Algunos españoles huyen de la ciudad de Guanajuato
Aquellos pensamientos fugaces si convierten en acciones: un grupo de españoles que recitaban poemas a su Nueva España, cánticos; que le habían jurado apoyo incondicional a Riaño y al rey, esos españoles que habían hecho su fortuna en corto tiempo a costa de la explotación de indígenas, obreros y campesinos, se dedicaron a concentrar su familia para huir. Y lo hicieron, días después.
También, las ideas rápidas y someras de trabajadores mineros, que fueron a darle parte a sus superiores. Los indígenas hicieron juntas y los campesinos consultaron a sus mayores.
Empieza la construcción de trincheras y fosos
Una vez terminada la intempestiva reunión, poco después de las dos de la tarde, el intendente mandó reunir en las Casas Reales a religiosos, eclesiásticos y vecinos muy distinguidos. El discurso de advertencia y de convencimiento continuó. Un poco más tarde se condujeron maderas para cerrar las bocacalles principales con trincheras y fosos. Allí mismo se conformaron las patrullas de 40 hombres para vigilar las entradas de Santa Rosa, Villalpando y Marfil.
A partir de ese momento, después del toque de la primera generala, los días no serían ordinarios en Guanajuato: la rutina había sido alterada y se vivía en angustia y confusión permanentemente en toda la ciudad. Si bien había reclamos de una vida mejor, entre la población no había consensos ni liderazgos únicos. El segmento más unido era el de los trabajadores mineros, sensibilizados en gran parte, por ingenieros en minas que laboraban localmente, que respetaban y admiraban a Hidalgo.
Riaño convoca a una reunión a miembros del Ayuntamiento
Por separado, ese mismo día, el Intendente Riaño convocó a una reunión a la que acudieron los miembros del Ayuntamiento; prelados que estaban asentados en la ciudad y, nuevamente, vecinos más distinguidos. Éstos, los más españoles, los más nerviosos y los más exigentes en saber que estaba ocurriendo y qué haría la autoridad. En la reunión el intendente les dio una explicación pormenorizada en base a la poca información que tenía del movimiento insurgente. Fue así como iniciaron de manera desesperada la defensa de la ciudad.
Ir al ataque o preparar la defensa
En medio de la alarma colectiva, de la confusión y de todo tipo de temores, buscando el qué hacer y cómo, la primera propuesta salió de voz del mayor Diego de Berzábal, que dirigía el batallón provincial de infantería. Él puso énfasis e insistía en que era el momento preciso para salir al encuentro de Hidalgo, para enfrentarlo antes de que lograran llegar a la ciudad. Fue tan enfática la recomendación que todo el Ayuntamiento insistía en que partieran los 400 hombres de la milicia, financiados y sostenidos desde tiempo atrás por la tesorería local.
En esos momentos de decisiones, con los más diversos escenarios sobre lo que vendría, el Intendente Riaño descartó esa propuesta generalizada y, por el contrario, dispuso que se organizara la defensa de la ciudad, preparando fortificaciones. Dio indicaciones a sus agentes y se organizaron grupos: a las pocas horas y durante el día siguiente, ya miércoles 19 de septiembre, los preparativos de la defensa se iniciaron. Bloqueando las calles principales de la ciudad con paredes de madera y fosos, protegiendo la Plaza Mayor y las zonas más importantes de la ciudad.
También se organizaron brigadas con los soldados de que se disponía a las que se sumaron vecinos civiles armados para que se establecieran destacamentos en los puntos principales y entradas de la ciudad. Riaño tuvo así en sus manos un papel con la lista de la serie de rondines de vigilancia.
Llegan refuerzos de Silao e Irapuato
Con su firma, el intendente despachó a un correo portando instrucciones para que se reportaran lo más pronto posible los escuadrones de caballería del príncipe de las ciudades cercanas. Y el día 20 de septiembre cuando de Silao e Irapuato, armados con lanzas, con un descolorido uniforme, a bordo de unos famélicos caballos que estaban destinados más a cuestiones propias de las faenas del trabajo agrícola que a la defensa y rutina militar, llega la ayuda solicitada, ante la mirada y comentarios chuscos de algunos de los vecinos. En los rostros de esos militares que defendían al rey estabas las huellas de un pueblo de indígenas, de mestizos, metidos a la guardia por un empleo. Los más de ellos no regresarían a sus lugares de origen.
Falsa alarma de la llegada de Hidalgo y la sospecha de Riaño
Para ese día jueves 20 de septiembre, corrió el rumor –falso- de que el cura Hidalgo y su ejército estaban próximos a arribar a Guanajuato. Ante el pánico de la población, de la exigencia de los españoles por no verse sorprendidos, el intendente ordenó dar la voz de alarma para el segundo toque de la generala a la una de la madrugada. Por segunda ocasión en menos de 48 horas el sonido agudo de la trompeta se metió esta vez hasta los comercios, a las recámaras de los habitantes, ya claros de que vendría un enfrentamiento. Se encendían los mechones en las casas y se escuchó el llanto de los niños, despertados por sus padres para que, en caso de ser necesario, irse a un lugar más seguro.
El intendente salió junto con la tropa con muy pocos vecinos a la Cañada de Marfil, para encontrarse con Hidalgo y sus seguidores. Entre algunos de los seguidores estaban empleados de ricos españoles que fueron obligados a enlistarse, como parte de sus servicios como trabajadores. También, uno que otro español se llenó de bravura y salió, le dijo al propio Riaño, en defensa de sus “intereses y su libertad”.
Autoridades con síntomas de intranquilidad
En su andada de luchar contra el enemigo, lanzando vivas al rey, invitando a la gente a armarse y pelear, el Intendente Riaño, ya visiblemente cansado por días de desvelo, observa que los ánimos de la población criolla, mestiza e indígena se disminuían ante la situación de intranquilidad que experimentaban las autoridades. Temeroso, Riaño sospecha que la plebe aguardaba con curiosidad y sin temor que las tropas de levantados llegaran a la ciudad para unírseles. Fue precisamente en momento en que tomó la determinación de cambiar radicalmente la estrategia de defensa.
No era para menos: al correr rumbo a Marfil, luego del segundo toque de la generala hubo intentos de agresión para su tropa. A él mismo un grupo de trabajadores mineros no le hicieron caso ante su llamado de que se les uniera. Y, por el contrario, esos mineros, respaldado por uno que parecía ser un liderazgo intermedio, le gritó que los días de los gachupines en Guanajuato estaban contados.
Un pequeño contingente más, estos desempleados y vagabundos, se organizaba abiertamente para saquear las casas y comercios ante el suceso que veían venir.
Riaño pierde poder de convocatoria
Juan Antonio Riaño se sintió traicionado: ya había perdido, antes de la eventual batalla, su poder de convocatoria frente a la masa.
Este comportamiento de la plebe, de no tomar causa al lado de los españoles para enfrentar a los insurrectos, que sentía suyos, fue observando también por los demás europeos. Con esta atmósfera los extranjeros se llenaron de pánico y de desesperación.
Ya, al regreso de la falsa alarma de Marfil, incluso un par de indígenas intentaron arrebatarle el arma a un español. Este, acostumbrado a tratarlos como bestias de carga, intentó dar golpes y sobre él cayeron algunas piedras desde distintos puntos, lanzadas por la gente del pueblo.
Al día siguiente 21 de septiembre, ya se comentaba en tabernas, en la calle, y en la Plaza Mayor, que la consigna de Hidalgo y sus seguidores era apresar gachupines y confiscar sus bienes.
Incluso, ya circulaba el hecho de que en el pueblo de Dolores, en la madrugada del 16 de septiembre, día del levantamiento, un preso que fue liberado por los insurgentes, tras darse el grito de Independencia y de libertad, lo primero que hizo fue golpear a un rico español, a quien acusó de que por culpa suya, al fabricarle delitos, fue apresado injustamente. El acaudalado señor hubo de decir más adelante que nunca antes había sufrido una humillación como la de aquella madrugada. En Guanajuato, cinco días después, se generó una inundación de venganza.
¡La alarma entre los gachupines no era para menos! …el pueblo tendría su momento de gloria.
¡Cambio de estrategia!: españoles y riquezas a la Alhóndiga…
Los días 22 y 23 de septiembre, viernes y sábado, los precios de los alimentos subieron al doble de precio normal. Peor aún, la mañana del domingo 24, muchos comercios de comestibles comenzaron a cerrar sus puertas. Debería ser un gran día de comercio y en la Plaza Mayor y calles adyacentes parecía que se adelantaba un gran funeral. El escenario vivido en la Intendencia de Guanajuato, era la chispa que la pradera necesitaba para incendiarse: no solamente había intenciones de venganza contra los europeos por parte de obreros, indígenas y campesinos que, ellos y los suyos, generación tras generación, habían sufrido, una y otra vez pisoteos en su propia tierra para llevarse sus propias riquezas, sino que ahora escaseaba la comida y la poca que había se conseguía a alto precio. El enojo de la plebe fue cuando se percató que los españoles realizaron compras masivas, de pánico, y que no dejaron nada para los pobres que pretendieron comprar con sus míseros centavos.
Así, el nuevo plan de defensa que puso en marcha el intendente se efectuó la noche del 24 de septiembre. Riaño ordenó contundentemente el traslado a la Alhóndiga de Granaditas de todos los caudales reales; lo bienes preciosos y todo lo que consideraban los españoles que era de valor y que merecía estar a resguardo. La disposición del intendente fue también que los archivos municipales se trasladaran a la Alhóndiga, en donde se concentrarían todos los valores reales y de los vecinos españoles, que fueron los primeros en refugiarse y en resguardar sus alhajas.
Durante la madrugada las ruedas de madera crujían al pasar por las calles empedradas y rumbo a las bodegas de la Alhóndiga. Algunas carretas eran empujadas por empleados europeos, vuelta tras vuelta, viaje tras viaje, tarea a la que también se sumó parte de la tropa, luego de que una familia desertó por el trato despótico que una dama española a un niño de 9 años hizo caer una caja de ropas de la mujer.
Los rondines de vigilancia se hacían en grupos de 40 hombres y principalmente en los puntos de Santa Rosa, Villalpando y Marfil, lugares en que se sospechaba se daría el ingreso de los insurgentes.
Una alarma más se debió a que el cura de Marfil, tuvo el antojo de tirar dos balazos. Las avanzadas fueron engañadas, además establece que acudió a la defensa gran parte del pueblo.
Se repliega Riaño en la Alhóndiga
La mañana del día 25 fue sorpresa para los habitantes del pueblo. La gente confirmaban sus temores y el pánico que se apoderaba del intendente de la ciudad. Las paredes de madera que protegían la Plaza Mayor y las calles principales habían sido retiradas. Los fosos habían sido aterrados nuevamente, y los españoles, que no habían huido de la ciudad, estaban depositando sus riquezas en las trojes del edificio de la Alhóndiga.
La sorpresa fue incluso para los integrantes criollos del Ayuntamiento, quienes por conducto del alférez real Fernando Pérez de Marañón, convocan una reunión urgente en las casas consistoriales, recinto oficial del Ayuntamiento para recibir una explicación de Riaño, sobre el imprevisto cambió de decisión. La respuesta del intendente Riaño fue la de aceptar la celebración de la reunión, pero pidió que esta se celebrará en el interior de la Alhóndiga de Granaditas.
La reunión que se celebró por la tarde fue bastante concurrida y en ella los integrantes del Ayuntamiento, solicitaron de diversas maneras al intendente Riaño que abandonara el recinto y estableciera mecanismos tales como trincheras, patrullajes o cualquier acción que fuera útil para proteger la ciudad. El intendente hace evidente entonces sus propósitos y sus temores. Lo primero que establece es que él tiene la obligación de cuidar el patrimonio real en principio, luego velar por la seguridad de las personas españolas radicadas en Guanajuato. Así dejaba claro que no tenía propósitos de abandonar el edificio más moderno y resistente que tenía la ciudad: la Alhóndiga de Granaditas, que se había convertido en refugio.
Que el pueblo “se defiendan como puedan”
Riaño estaba decidido a resistir el ataque de los levantados en el interior de la Alhóndiga, donde resguardaba los bienes de la Corona y los bienes de los vecinos españoles, mientras que el pueblo a decir del propio intendente “que se defiendan como puedan”. La alternativa para los habitantes criollos de la ciudad era procurar refugio en sus casas y aguardar para que no les ocurriera ninguna desgracia mayúscula. El pueblo que observaba todo, obviamente no estuvo conforme con la exclusión de la defensa y empezó a reflejar, cada vez con mayor claridad, su resentimiento y odio a los españoles.
Ahora la transformación de la Alhóndiga en una fortaleza que resistiera el embate de los levantados era primordial actividad de las autoridades realistas de la ciudad. Al efecto, el intendente ordenó que se trasladara a ella todos los insumos que eran regulados por las autoridades reales tales como pólvora y el azogue, igualmente se improvisaron en el interior de todos los comestibles que pudieron comprar en los comercios de la ciudad, y se concentraron varias fanegas de maíz, y se resguardó toda la semilla. La intención del intendente era asegurar los alimentos y las cosas de valor en caso de que fueran sitiados por los levantados. Fueron llevadas al interior de la Alhóndiga a 25 mujeres indígenas que tenían como cometido preparar los alimentos de aproximadamente seiscientos refugiados.
Por: @periodistafrg
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