El 10 de agosto de 1860, en Silao, Guanajuato, fuerzas republicanas al mando del general Jesús González Ortega, y de su subalterno Ignacio Zaragoza, derrotan a las fuerzas conservadoras dirigidas por el general y presidente sustituto Miguel Miramón.
La derrota de los conservadores fue completa, acabando con el poderoso ejército de Miramón y con su leyenda de general invencible.
Los ejércitos improvisados, disciplinados por caudillos como Jesús González Ortega, Manuel Doblado y Santos Degollado, habían triunfado sobre los militantes profesionales, encabezados por Miramón.
Esta batalla acontecida en Silao significó el final de la guerra de Reforma y por tal motivo le fue otorgado el título de “Silao de la Victoria”.
Fragmento tomado de Relatos e Historias en México. Silao, agosto de 1860. Una batalla decisiva. Escrito por Emmanuel Rodríguez Baca:
El avance liberal
La arremetida liberal en el centro-norte del país comenzó el 24 de abril de 1860 con su victoria en Loma Alta, Zacatecas, la cual les dejó libre el camino a Guadalajara. El alcance de esta acción fue tal, que hizo necesaria la presencia de Miramón en el interior del país para frenar el avance de sus adversarios y recuperar el control militar de aquel territorio.
Una vez que el presidente conservador llegó a Guadalajara, fijó su atención en detener al general Jesús González Ortega, quien se dirigía a ocupar el Bajío. Miramón era consciente de que, al efectuarse esto, se cortarían sus comunicaciones con Ciudad de México y quedaría atrapado en medio de las fuerzas liberales.
Si bien la situación era apremiante, fue hasta mediados de julio que pudo distribuir algunas secciones de su ejército en distintas poblaciones de Guanajuato. Por su parte, las secciones del ejército liberal que habían ocupado Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes y Morelia partieron para incorporarse a González Ortega en Lagos de Moreno. Uno de los jefes que arribó a esa plaza fue Ignacio Zaragoza, con quien el primero resolvió marchar a enfrentar a Miramón.
Frente a frente en Silao
Mientras las fuerzas liberales se internaban en Guanajuato, Miramón se movió de Lagos –en donde había establecido su cuartel– a Silao. Estaba confiado en que en esta población derrotaría sin dificultad a sus enemigos, tal y como lo hizo saber a su esposa Concepción Lombardo en una carta. Fue en las primeras horas del 9 de agosto que el Macabeo se enteró de la cercanía de sus adversarios, después de lo cual ordenó a sus hombres formarse en batalla y estar preparados para disparar sus fusiles en el momento en que recibieran la orden.
Por su parte, los constitucionalistas, después de pernoctar en León, se presentaron en las inmediaciones de Silao la noche del referido día 9. Allí, después de formar sus columnas, quedaron preparados para el encuentro armado que, sin duda, se verificaría en la siguiente jornada. Todo estaba listo para el enfrentamiento.
El tránsito del día 9 al 10 de agosto fue de incertidumbre. Los liberales aprovecharon la oscuridad para mover su artillería, la que lograron situar a setecientos metros del enemigo. Pasadas las tres de la mañana se escuchó el toque de diana en el campamento federal, después de lo cual se procedió a pasar lista y a dar el rancho a la tropa. Hecho esto, la infantería se apostó “entre los matorrales y las siembras, inmóviles y mudos”, de acuerdo con el general liberal Jesús Lalanne (1838-1916).
El esperado encuentro comenzó al romper el alba del viernes 10 de agosto. Minutos antes de las seis de la mañana, los “Doce Apóstoles”, como llamaba Miramón a sus cañones, abrieron fuego sobre las columnas constitucionalistas, lo que no impidió a estas continuar su avance; lejos de ello, contestaron arrojando granadas. A partir de entonces, como apuntó Cambre, el “cañoneo se generalizó por ambas partes”. Así también lo registró Lalanne:
“[el fuego enemigo] fue contestado por nuestros veintiún cañonazos, que asombraron al enemigo […]. Desde ese momento nuestra superioridad quedó establecida. Una lluvia incesante de fierro cubría la batalla enemiga y protegía el rápido avance de nuestras columnas, que ni por un instante se interrumpió”
No fue sino hasta las siete de la mañana que la infantería conservadora tomó parte en la acción, pero poco pudo hacer, pues apenas quince minutos después uno de sus batallones más importantes fue “desecho” y dispersado con parte de la caballería.
Dos horas bastaron a las fuerzas liberales para vencer a las tacubayistas: a las ocho de la mañana el combate había concluido. La derrota de Miramón fue completa. Este permaneció en el campo de batalla hasta el último momento, después de lo cual se retiró protegido por el comandante Ibarguren, jefe de un cuerpo de auxiliares.
Fuentes: Gobierno de México, INAH, Relatos e Historias de México.