Los mineros de Nueva Rosita inician una marcha hacia la Ciudad de México

El 20 de enero de 1951, la Caravana de la Dignidad, conformada por alrededor de cinco mil personas, avanzó por casi mil quinientos kilómetros, con el objetivo de entregar al gobierno un pliego petitorio. Entre ellos se encontraba una treintena de mujeres que enfrentaban la misma situación desde el inicio. Entre ellas se encontraban; Juana Blanca de Santos, Consuelo Banales de Solís, Juana Jasso y Amelia Mata.

No era una caravana del hambre, como perversamente se le ha querido presentar, porque no veníamos a mendigar mendrugos debajo de la mesa de los ricos y poderosos enquistados en el régimen alemanista, veníamos en demanda de justicia y reclamos de derecho.” – Abdenango Fraustro, Minero Vocal del Movimiento de Huelga.

El 16 de octubre de 1950, los mineros de Nueva Rosita, Palau y Cloete, en Coahuila, emplazaron a huelga para defenderse de los abusos laborales de las empresas Mexican Zinc Company y Carbonífera de Sabinas, del monopolio ASARCO, en un intento por mantener sus derechos laborales y humanos, violados por las empresas y el propio Estado mexicano encabezado por el presidente Miguel Alemán Valdés.

Los directivos y dueños de los negocios metalúrgicos ordenaron aquel 16 de octubre de 1950 en Nueva Rosita no hacer sonar los silbatos que indicaban a los trabajadores las horas para el cambio de actividades dentro de la empresa. Era esta la forma de medir el tiempo de la jornada en la mina: con un silbatazo se indicaba la hora de entrar, el mediodía, la hora de comer y la hora de salir. Como los dueños fueron avisados del emplazamiento a huelga, suponían que con ese burdo mecanismo conseguirían evitarla. Creían que si no avisaban las horas, los mineros no ubicarían el momento de iniciar la huelga, pero los mineros llevaban relojes. Llegaron a trabajar como cualquier otro día y, en vez de iniciarla a las diez de la mañana, según lo habitual, decidieron estallarla al mediodía. A esa hora dejaron la mina en silencio e iniciaron su resistencia y protesta junto con los mineros de Palau y Cloete.

Esta acción era la última de varios intentos por defender la autonomía sindical ante las infiltraciones de los líderes vendidos a los empresarios y al Estado, como Jesús Díaz de León, a quien, por llegar vestido de charro a las reuniones sindicales, llamaban El Charro, y cuyos actos de corrupción debilitaron la lucha obrera, dando origen a los conceptos charrazo y charrismo.

Cuando en 1949 petroleros y mineros convocaron a un congreso para discutir una nueva estrategia de alianza con base en el internacionalismo proletario –forjándose la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM)–, la ofensiva gubernamental no se hizo esperar. De esta manera se lanzó en contra de los petroleros, tal como había hecho con los ferrocarrileros; por lo tanto, los mineros se quedaron solos en la lucha.

En julio de 1950 se firmó un contrato colectivo en las minas coahuilenses –con vigencia hasta julio de 1952– con un acuerdo que establecía que las ganancias adicionales en casos de incremento al precio de los metales se deberían repartir en forma tripartita para elevar salarios, pagar impuestos federales y aumentar las ganancias empresariales. Precisamente ese año se obtuvieron alrededor de 178 millones de pesos en ganancias por aumento al precio de los metales exportados a los Estados Unidos, pero la empresa no pagó la parte correspondiente a los mineros. Esa fue la causa inmediata del emplazamiento a huelga el 26 de octubre.

 

Fuentes: CNDH, Resumen.

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