Don Miguel Darío Miranda Gómez nació el 19 de diciembre de 1896 en León, Guanajuato. El 27 de septiembre de 1937 fue preconizado obispo de Tulancingo. De 1954 a 1977 fue arzobispo primado de México. Murió el 15 de marzo de 1986.
Gracias a sus “Memorias” publicadas en 1988 (1er vol., Ed. Progreso) podemos conocer su caminar en el apostolado social y su trabajo –no sin ciertas peripecias- para contribuir a la fundación de la Acción Católica Mexicana (A.C.M.), una de las organizaciones laicales más importantes de nuestro país.
La cuna que lo vio nacer y su prelado el muy ilustre don Emeterio Valverde Tellez, marcaron su vocación por el apostolado social. El padre Miranda acompañó por varios años a los jóvenes de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (A.C.J.M.) y dirigió la Academia “Sor Juana Inés de la Cruz” para señoritas que había fundado otro ilustre personaje: don José de Jesús Manríquez y Zárate, paladín de la defensa de la fe cristiana en tiempos de la persecución religiosa y primer obispo de Huejutla. En dicha Academia reconoció la importancia de la formación femenina, aspecto que después sería importante para acompañar pastoralmente a la Juventud Femenina Católica Mexicana (J.C.F.M.).
Por sus estudios teológicos que realizó en Roma y las ocasiones en que pudo recorrer varios países de Europa, el padre Miranda le fue de mucha relevancia conocer varias experiencias de apostolado social surgidas a partir de la encíclica “Rerum Novarum”, que se realizaban para responder a las realidades concretas del momento en una Europa lastimada por la Primera Guerra Mundial.
El 28 de mayo de 1925 fue nombrado director general del Secretariado Social Mexicano, a partir de entonces la vida del padre Miranda estaría caracterizada por su empeño por establecer y afianzar el apostolado social en nuestro país.
Le tocó dirigir el Secretariado en tiempos de persecución religiosa, incluso fue encarcelado en más de una ocasión, pero aun así se mantuvo firme en el empeño por formar e impulsar las bases de la Iglesia –sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos- para la organización de acciones apostólicas que pudieran atender las realidades sociales del momento.
Recuerda el padre Miranda un momento crucial de su vida mientras dirigía el Secretariado Social Mexicano:
<<Cuando en febrero de 1926 comenzó la persecución violenta contras las escuelas católicas con la clausura del Colegio Teresiano de Mixcoac, numerosas jóvenes exalumnas de éste y de otros colegios acudieron al Secretariado para pedir consejo acerca de cómo prepararse y organizarse para defender sus colegios. Por lo pronto, organizamos círculos de estudios con estas jóvenes y en la reflexión y al calor de esas reuniones nació la idea de preparar la creación de la Juventud Femenina Católica Mexicana. Allí se empezaron a formar las futuras dirigentes de esa organización que tanto bien hizo entre las jóvenes de nuestra patria. Fueron estos círculos de jóvenes la cuna del Instituto de Cultura Femenina, semillero de grandes mujeres que se han distinguido como dirigentes al servicio de la Iglesia y de la Patria. >>
En el libro “Sofía del Valle. Una mexicana universal” (Instituto Nacional de las Mujeres – Juventud Cultural Femenina Mexicana, A.C., 2009) el padre Manuel Olimón Nolasco cuenta lo que significó la presencia del padre Miranda en el nacer de la J.C.F.M. y su cercanía con la gran mujer y apóstol que fue Sofía del Valle.
En 1928 fue el tiempo en que el padre Miranda junto con su equipo del Secretariado Social Mexicano, estaban preparando el proyecto pastoral para establecer la Acción Católica en nuestro país. En otoño de este año el padre Miranda visitó Roma y entregó un documento al Papa Pío XI donde, entre otras cosas, manifestaba la necesidad de organizar la Acción Católica Mexicana como “un empeño en despertar la llama de la vida cristiana principalmente en los hogares”.
A su regreso y después de los arreglos Iglesia-Estado, verificados el 21 de junio de 1929, los señores obispos reunidos en la ciudad de México “designaron expresamente el Secretariado para que elaborara los Estatutos que habían de regir la Acción Católica Mexicana”.
Meses después se celebró un acontecimiento trascendental: el 24 de diciembre de dicho año el arzobispo de México, don Pascual Díaz y Barreto, instaló con toda solemnidad la A.C.M. Fue hasta el 8 de junio de 1930 en que los Estatutos se promulgaron solemnemente por el mismo prelado en virtud de su carácter de Director Pontificio de dicha organización.
Durante estos momentos fundacionales de la A.C.M. y los años subsecuentes, la presencia y acompañamiento pastoral del padre Miranda fue determinante para afianzar el apostolado de la A.C.M. con el propósito de atender dos grandes necesidades de ese momento, según el mismo padre lo expresó con las siguientes letras: “la educación del pueblo mexicano y la promoción de una vida orgánica nacional en el mismo pueblo mexicano y es, al menos según nuestro parecer, hoy por hoy, el medio práctico y más adecuado para llevar al cabo un programa de verdadera y sólida reconstrucción de la vida de la Iglesia en México”.
Artículo tomado de “Páginas de nuestra historia. Boletín de divulgación de la Junta Nacional de la A.C.M.”, no. 5, mayo-junio, 2022.