Carlos de Sigüenza y Góngora

Jesuita considerado como una de las mentes más brillantes del periodo colonial. Incursionó en la historia, la geografía, las ciencias, las letras y en la cátedra universitaria.

Nació el 14 de agosto de 1645, (unas fuentes señalan que el día 15) en la Ciudad de México y murió el 22 de agosto de 1700. Es una de las figuras intelectuales más sobresalientes de la Nueva España. Destacó como escritor y por sus profundos conocimientos en distintas ramas del saber.

Hijo de Carlos de Sigüenza y Dionisia Suárez de Figueroa y Góngora y sobrino del poeta barroco Luis de Góngora y Argote. Su padre había sido preceptor del hijo de Felipe IV, el príncipe Baltasar Carlos, y en 1640 se había trasladado a México, donde se casó poco después. Carlos de Sigüenza recibió la primera instrucción de su padre. A la edad de quince años ingresó en la Compañía de Jesús para cursar estudios en el Noviciado de Tepozotlán. En 1660 pasó al Colegio del Espíritu Santo, en Puebla, donde cursó estudios de Teología, Humanidades y Ciencias. En 1662 hizo los votos simples para profesar como sacerdote. En agosto de 1668 fue expulsado del Colegio por transgredir la rigurosa disciplina jesuita. Regresó entonces a la Ciudad de México para ingresar en la Real y Pontificia Universidad, donde estudió Matemáticas, Derecho Canónico, Historia y Lenguas Indígenas, destacando en todas las materias y muy especialmente en las Matemáticas.

Fue reconocido en su propio tiempo por su curiosidad científica y sus amplios conocimientos en todos los campos del saber. Su gran erudición le granjeó el respeto y la admiración de muchas personalidades de su tiempo y de las autoridades virreinales, que acudían con frecuencia a solicitar sus opiniones y consejos.

Entre las personas que frecuentaron su compañía destacan el virrey Gaspar Silva y Mendoza, conde de Galve, que le comisionó para la realización de estudios geográficos y defensivos y financió la publicación de muchas de sus obras, el arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas, del que fue limosnero, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, descendiente de los antiguos reyes prehispánicos de Tezcoco, que le proporcionó diversos códices y documentos antiguos, y la poetisa sor Juana Inés de la Cruz.

Conocida su reputación en toda Europa, fue requerido por Luis XIV de Francia para formar parte de su cortejo de sabios, invitación que Sigüenza declinó.

Aceptó, sin embargo, el nombramiento de cosmógrafo real que le otorgó el monarca español Carlos II, cargo que en aquella época incluía trabajos de astronomía, ingeniería, geodesia, agricultura, cartografía y geografía. En virtud de dicho cargo, trazó diversos mapas, entre ellos el que se tiene por el primer mapa general de México, realizado en 1675.

Concursó para la Cátedra de Matemáticas y Astronomía de la Real y Pontificia Universidad de México, para lo que presentó unos lunarios que había confeccionado, en los que se señalaban los eclipses de sol y luna que se producirían hasta 1711, el calendario anual, las condiciones climáticas y recomendaciones para prácticas médicas y agrícolas. El 20 de julio de 1672 tomó posesión de su cátedra, en la que permaneció hasta el 24 de julio de 1693, fecha en la que se jubiló, si bien se ausentó de ella en varias ocasiones por tener que atender a los diversos asuntos para los que fue requerido por las autoridades españolas de la Colonia.

Formó una de las mejores bibliotecas en México

Llegó a formar una de las mejores bibliotecas de México, así como un rico gabinete de historia natural y aparatos científicos. Gran estudioso de las culturas del México prehispánico, recopiló numerosos documentos y llegó a poseer la mejor colección de códices prehispánicos y manuscritos en castellano y azteca que existía a finales del siglo XVII, así como una de las mejores colecciones de mapas. A esta biblioteca sumó varias obras de historia antigua mexicana escritas por él mismo, entre ellas, una historia de la cultura de los chichimecas en la que empleó sus conocimientos astronómicos para fechar los principales acontecimientos históricos de estos indios de acuerdo con el calendario cristiano. A pesar de los esfuerzos de Sigüenza y Góngora para preservar su biblioteca, ésta comenzó a dispersarse tras su muerte, hasta llegar a perderse muchas de sus obras.

La pasión de Sigüenza por los libros llegó a tales extremos que, en el motín que estalló en la capital mexicana el 8 de junio de 1692 culminado con el incendio del Palacio Nacional y el Ayuntamiento, se lanzó entre las llamas, junto con unos cuantos amigos, a rescatar cuanto fuera posible de los fondos documentales de la ciudad, consiguiendo salvar los libros de los Cabildos y otros muchos documentos del rico archivo que quedó consumido por el incendio.

Sus grandes conocimientos sobre la historia antigua de México le hicieron convertirse en el principal representante intelectual del sentimiento nacionalista que comenzaba a desarrollarse en aquel momento en México por medio de un complejo proceso de sustitución de los símbolos culturales europeos por otros propios, fundamentados en el pasado prehispánico, que habrían de conformar una nueva identidad, la criolla, distinta ya de la española y también de la indígena.

Así, todas las obras que escribió, ya fueran históricas, científicas o religiosas, respondieron a una misma finalidad: la de contribuir a la creación de una conciencia nacionalista y demostrar a todos los europeos el alto grado de autonomía y de desarrollo cultural y científico que había alcanzado México en el siglo XVII.

De sus escritos de juventud cabe destacar Primavera indiana, su primera obra, escrita en 1662, por lo tanto, a los dieciséis años de edad, cuando estaba estudiando con los jesuitas. Se trata de un poema sacro-histórico que versa sobre la tradición aparicionista de la Virgen de Guadalupe y pone de relieve la distinción divina de que es objeto México con la aparición milagrosa de la Virgen. El guadalupanismo será una constante en la obra de Sigüenza. También lo serán sus comparaciones entre el México prehispánico y el mundo occidental, con ventaja siempre para el primero.

En su deseo de equiparar lo mexicano con lo español o europeo, vuelve constantemente los ojos al pasado indígena para encontrar en él la singularidad que hiciera a los criollos iguales en cultura y civilización, cuando no superiores, a los españoles.

Otra de sus obras de juventud es Oriental Planeta Evangélico, un panegírico de San Francisco Javier, escrito en 1668, a la edad, por lo tanto, de veintitrés años, y que fue publicada en 1700, después de su muerte, por su sobrino, Gabriel López de Sigüenza.

A pesar de que parte del texto se perdió, ofrece un material muy rico para el estudio de la historia de México, sobre todo en lo referente a la Conquista, el mito de la evangelización de América por el apóstol santo Tomás y la introducción del culto a la Virgen de Guadalupe.

Los acontecimientos relevantes ocurridos en la Colonia le sirvieron de inspiración para muchas de sus obras, a veces escritas por encargo de alguna persona o institución que quisiera y pudiera costearlas. Tal es el caso de Glorias de Querétano escrita en 1680, a instancias de una de las autoridades del Ayuntamiento de dicha ciudad, Juan Caballero y Osio, con motivo de la consagración de un templo a la Virgen de Guadalupe.

La primera parte del libro está dedicada a relatar algunos sucesos importantes de la historia prehispánica de Querétano. A continuación, narra los medios singulares por los que se introdujo en aquella región la devoción a la Virgen de Guadalupe, para continuar con la descripción de la iglesia y de las ceremonias de consagración, consistentes en misas y sermones a cargo de connotados dignatarios eclesiásticos llegados de la capital y de otras partes de México, con la presencia del arzobispo-virrey Payo Enríquez de Rivera, torneos poéticos, máscaras, toros y representaciones teatrales. Se trata de un relato de gran valor documental, en el que se describe la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad de Santiago de Querétano y la evolución de ésta en los veinte años que transcurrieron desde que se tomó la iniciativa de erigir el templo hasta su consagración en mayo de 1680.

Para noviembre de 1680 estaba prevista la llegada a la capital mexicana del recién nombrado virrey Tomás Antonio de la Cerda, conde de Paredes y marqués de la Laguna. Las ceremonias de recibimiento tuvieron su expresión plástica en la construcción de un arco triunfal bajo el que el nuevo virrey haría su entrada solemne en la ciudad, cuyo diseño le fue encargado a Sigüenza por el Cabildo. El arco que diseñó ilustraba plenamente el sentimiento de identificación de los criollos con el pasado indígena, ya que, en vez de continuar con la tradición de alegorías de la antigüedad clásica europea como era lo usual en este tipo de arcos, Sigüenza representó en él las figuras de los antiguos gobernantes aztecas, lo que suscitó asombro y ciertas críticas por parte de algunos sectores de la Colonia.

En su Teatro de virtudes políticas, escrito en ese mismo año, explicó los motivos que le habían llevado a la elección de tan sorprendente iconografía, manifestando que no vio necesario, teniendo en México tan grandes ejemplos históricos que imitar, el recurrir a la mitología europea, ajena al sentir patriótico de los criollos. Esta obra constituye un relato alegórico-histórico de las virtudes políticas de los antiguos dirigentes del imperio azteca, modelos de buen gobierno y representantes del amor a la libertad y a la patria. Su intención no es otra que la de exaltar el pasado prehispánico e identificarlo con el México criollo y, en definitiva, reivindicar al pueblo que había sido vencido por el régimen que representaba el virrey al que pretendidamente se festejaba.

A finales de 1681, la aparición de un cometa provocó gran temor entre los habitantes de Ciudad de México, que lo consideraron presagio de desgracias.

Con motivo de este suceso, escribió un breve tratado de astronomía titulado Manifiesto filosófico contra los cometas, en el que explicaba las leyes naturales por las que éstos se rigen y negaba su influencia maléfica. La publicación del tratado le acarreó las críticas de varios hombres de ciencia, entre ellos el jesuita Eusebio Kino, y suscitó una polémica que no quedaría zanjada hasta 1690, año en que Sigüenza publicó su famosa Libra astronómica y filosófica, en la que invalidaba la tradición aristotélica en la que se basaban las concepciones astronómicas europeas y negaba la validez de la astrología por considerarla carente de evidencia física y de certidumbre matemática.

En 1682 fue nombrado capellán del Hospital del Amor de Dios, donde se instaló a vivir, trasladando allí su gabinete y su biblioteca. En ese año y en el siguiente, concurrió a los certámenes poéticos organizados por la Universidad de México, en los que fueron premiados dos de sus sonetos. Se le encargó también escribir la crónica de estos concursos, que se publicó en 1683 bajo el título de Triunfo parténico.

En 1684 publicó Paraíso occidental, otra de sus contribuciones a la creación de la identidad criolla, donde equipara la cultura y las instituciones mexicanas con las europeas, sirviéndose para ello del relato de la fundación, construcción y vicisitudes del convento de Jesús María. Aprovecha para dignificar la religión azteca comparándola con la tradición clásica occidental. En opinión de algunos historiadores, esta obra sienta las bases que invalidarían, poco después, los motivos utilizados por los españoles para justificar su dominio sobre América.

Entre sus obras históricas destaca también la que lleva por título Piedad heroica de Don Fernando Cortés, escrita en 1689, que trata sobre el Hospital de la Inmaculada Concepción, el más antiguo de México, fundado por decisión testamentaria de Cortés en 1547. Al parecer, esta obra formaba parte de otra más general y extensa, probablemente del Teatro de las grandezas de México, que no llegó a publicarse.

En 1690, publicó una narración de contenido aventurero escrita en forma autobiográfica titulada Infortunios de Alonso Ramírez, que ha sido considerada por algunos autores como la primera novela mexicana. Al año siguiente, escribió Trofeo de la justicia española, donde advertía del peligro que para la zona norte del golfo de México representaba el asentamiento de los franceses en Nueva Orleans.

Entre 1691 y 1692, por encargo del conde de Galve, efectuó un minucioso sondeo de la laguna de Ciudad de México así como una revisión del sistema de canales y propuso la construcción de una gran acequia para prevenir las inundaciones que periódicamente sufría la ciudad.

Desempeñó trabajos de agrimensor en diversas ocasiones y se tienen noticias de que llegó a escribir un tratado sobre la materia que no llegó a ser editado y cuyo manuscrito se ha perdido. También ejerció de examinador general de artilleros.

En 1693 fue comisionado nuevamente por Galve, esta vez para desarrollar un plan de defensa del litoral del Golfo de México contra las incursiones francesas, para lo que efectuó un reconocimiento geográfico y una inspección de las fortificaciones, entre las que figuraba el castillo de San Juan de Ulúa, del que elaboró un informe en el que afirmaba que era una de las plazas más inexpugnables, por lo que únicamente recomendaba efectuar labores de conservación y no ampliar sus defensas como pretendían los capitanes de la Armada, que las consideraban insuficientes. Su dictamen fue aprobado. Dentro del mismo plan estratégico, tomó parte en la expedición que al mando del capitán Andrés de Pes efectuó un reconocimiento de la bahía de Panzacola, a la que puso el nombre de Santa María de Galve. Levantó el plano de la bahía y escribió una crónica sobre ella y sobre el río Misisipi.

Al regreso del viaje y tras empezar a padecer problemas de salud, se jubiló de su cátedra. La enorme variedad de sus ocupaciones le había hecho descuidar a menudo la docencia, por lo que el claustro universitario desestimó en un primer momento su solicitud para percibir una pensión que, finalmente, le fue concedida en 1696.

En 1699 fue nombrado corrector de libros del Santo Oficio, cargo que le sirvió para poder leer los libros que estaban prohibidos por su heterodoxia científica. Viendo que su salud empeoraba, el 9 de agosto de 1700 hizo testamento, por el que dejaba cierta cantidad de dinero para las misas que habían de decirse por el descanso de su alma y para dotar a cuatro sobrinas. Legó su biblioteca, con sus documentos e instrumentos científicos, a la Compañía de Jesús. Desgraciadamente, muchos de los documentos que la formaban, y buena parte de los libros escritos por Sigüenza, se perderían por el descuido y la dispersión después de su muerte. Una de las cláusulas de su testamento constituyó un rasgo de modernidad inusual en la época e incluso en tiempos posteriores: aquélla en la que expresaba su deseo de que su cuerpo fuera entregado a los anatomistas para su autopsia y que éstos revelaran los datos obtenidos para que pudieran servir de ayuda a otros enfermos. Murió el 22 de agosto de 1700. Sus restos fueron enterrados, con grandes honras fúnebres, en la capilla de la Purísima del Colegio jesuita de San Pedro y San Pablo.

Tomada de la Real Academia de la Historia.

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