Don Joaquín Arias

Nacido en Yuriria, Gto., por el año de 1780, Joaquín López Arias ingresó a la milicia como muchos de los jóvenes de su generación y su favorecida condición social. En 1810, se desempañaba como Capitán del Regimiento de Celaya. Pertenecía a los conjurados de Querétaro, era el encargado de dirigir el levantamiento insurgente en ese sitio, que estaba comprometido a pronunciarse el día primero de octubre de 1810.

Al ver acercarse la fecha del alzamiento, Joaquín Arias denunció a los conspiradores el 10 de septiembre de 1810, ante el Alcalde Don Juan Ochoa y el sargento mayor del Regimiento, Alonso, al creer que era lo conveniente y por su rechazo a cumplir con el degüello de los europeos en esa ciudad, etapa inicial de la revuelta. Arias entregó las cartas que había recibido de Allende e Hidalgo, y quedó en libertad.

Más tarde, en Celaya se reunió con los Insurgentes y en la promoción de Acámbaro recibió el grado de Teniente General. Arias debe haber tenido algún mando en las Cruces y en Aculco; después de esta acción siguió a Allende a Guanajuato, y es probable que muy directamente tomase parte en los preparativos de defensa de la plaza; fue a Guadalajara y en la Junta de guerra habida allí, opinó, de acuerdo con Allende, porque no se diese la batalla de Calderón.

En la hacienda del Pabellón fue uno die los que más empeño mostraron porque Hidalgo hiciese dimisión del poder, y cuando Allende se adelantó a Zacatecas, Arias se quedó vigilando a Hidalgo, Abasolo e Iriarte. Además, se negó a quedarse con el mando del ejército, cuando en Saltillo se trató este punto.

Falleció el 21 de marzo de 1811, en Acatita de Baján, cuando fueron capturados los principales jefes insurgentes. Joaquín Arias resultó mal herido, luego de que los soldados de Ignacio Elizondo, abrieran fuego sobre uno de los coches donde viajaban los insurgentes.

Fray Gregorio de la Concepción, quien también cayó prisionero, acudió a absolverlo dentro del mismo coche en que iba, y trasladado a un jacal, Don Miguel Hidalgo acudió a auxiliarlo a buen morir, “pero con tales palabras, dice un testigo presencial, que nos hizo llorar a todos”.

Gráfico tomado de Memoria Política de México

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