Nació en Tlalpujahua, el 31 de agosto de 1775, hijo del matrimonio de don Andrés López Rayón con doña Rafaela López Aguado, y después de hacer sus primeros estudios en su tierra natal, se fue a México con su hermano para seguir una carrera, que al no tener éxito en sus comienzos dejó los estudios para dedicarse al comercio, ayudó a su familia hasta que consiguió tener un pequeño “cajón” o tienda de ropa en el Parían.
Dedicado a esa ocupación estaba, cuando estalló la revolución de Dolores, en la que casi desde los primeros días tomaron parte don Ignacio y sus hermanos don Francisco y don José María; sin embargo, don Ramón continuó entregado a sus habituales ocupaciones en unión de su otro hermano don Rafael, hasta que habiendo adquirido de notoriedad el mayor de todos ellos por su retirada del Saltillo y por considerársele el jefe de todos los insurgentes, las autoridades españolas de la capital se propusieron hostilizar y perseguir al hermano comerciante por cuantos medios encontraban. Cansado de sufrir vejaciones y viéndose expuesto a la ruina, decidió lanzarse a la revolución, por lo que realizó sus bienes, salió de la capital y se dirigió a Michoacán en busca de su hermano.
Algunos autores señalan que don Ramón Rayón no se hizo insurgente como un soldado vulgar, sino que comprendió que para entrar en la lid era indispensable proporcionar a las masas ciertos elementos para contrarrestar los que sobraban al poder colonial. Entonces “se dedicó al estudio de la fortificación y aprendió en Morla y Robira el arte de fundir cañones, y tan feliz fue el éxito que coronó sus esfuerzos, que en breves días fundió cuantos se necesitaba para la defensa de Zitácuaro”. Aparte de que cuando resolvió unirse a los independientes ignoraba lo que eran las masas y la guerra, sus ocupaciones no le han de haber dejado mucho tiempo para dedicarse a estudiar fortificación, y si lo llegó a hacer, sería de una manera muy superficial; tenía disposición para la milicia, nada más, y si en lugar de servir a los intereses de su hermano se hubiera dedicado a servir los de Morelos, muy útil habría sido a este caudillo y a la causa de la patria.
A mediados de 1811, cuando don Ignacio ya había sido derrotado en el Maguey, rechazado de Valladolid, y se encontraba en Tuzantla indeciso del partido que debía tomar, fue cuando don Ramón se lanzó a la revolución; fue a ese pueblo a buscar a su hermano, y sabedores ambos de la victoria que don Benedicto López acababa de obtener en Zitácuaro contra Torre, decidieron dirigirse hacia esta población; López ningún inconveniente tuvo en ceder el mando de la plaza al delegado de Hidalgo, y la acción del 22 de junio de ese año, en que fue rechazado Emparan, mandando ya Rayón, acabó de darle la superioridad sobre el sencillo don Benedicto. Organizada la Junta de Zitácuaro y libre por el momento de enemigos, don Ramón para consolidar la conquista de su hermano, estuvo expedicionando por el Norte de Toluca, mientras López lo hacía por Tuzantla y Oviedo por el Sur de la misma Toluca; el 11 de septiembre entró don Ramón en Ixtlahuaca, obligando a los realistas a retirarse de aquella cuidad, que con un poco de esfuerzo hubiera caído en poder de los insurgentes, a pesar de la prontitud con que Porlier salió de México en su socorro.
Don Ramón Rayón pierde el ojo izquierdo en Zitácuaro
Entre tanto, don Ignacio Rayón fortificaba a Zitácuaro, contra la opinión de don Ramón, que quería que ese punto fuese abandonado, idea en la que insistió cuando por las cartas interceptadas se supo que el objeto de todos los movimientos de Calleja era atacar la Villa; pero ya era tarde para ello, pues los indios podían disgustarse, y no tuvo más remedio que aumentar a toda prisa las defensas de ella y llamar a todos los jefes que fue posible. Don Ramón se encargó de las fortificaciones y de la artillería, que llegaba a 36 cañones, que colocó ventajosamente, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos, porque la pericia de Calleja supo vencer todos los obstáculos que se le habían opuesto, y en un solo ataque se apoderó de Zitácuaro, que los Rayón creían que sería objeto de un sitio; don Ramón se defendió valientemente, y en la retirada le mataron su caballo, que de golpe quedó muerto; y él hubiera caído en poder de los realistas de no haber sido por su asistente, Joaquín Ruiz, que aunque herido también, consiguió ponerlo en cobro; en esa acción perdió Rayón el ojo izquierdo.
Don Ramón se dirigió a Tlalchapa, donde permaneció hasta que quedó totalmente curado de sus heridas, razón por la que no acompañó a su hermano al asedio de Toluca ni siguió a la Junta en las diversas peripecias que tuvo. Bueno y sano ya, ambos hermanos se reunieron en Tlalpujahua, y convinieron con los demás en fortificar el cerro del Gallo, inmediato a la población, así como el de Nadó, cercano a Aculco, fácilmente defendibles pero no inexpugnables, como creían; en ambos estableció su maestranza don Ramón, fundió cañones, compuso fusiles, etc., pero no pudo taladrarlos, por más esfuerzos que hizo, y esta circunstancia contribuyó a que nuca estuviesen bien armados los insurgentes, pues le faltaba el arma principal de la infantería y tenían que conformarse con las que conseguían quitarle a los realistas. Los otros tres Rayón, se ocupaban en levantar fuerzas y en esos días de junio y julio de 1812, los cinco hermanos trabajaban activamente y unidos en su antigua casa, en favor de la Independencia de México.
Se dedicaba a asaltar convoyes realistas
Nombrado jefe del Cantón de Tlalpujahua, se dedicó a expedicionar por la comarca asaltando convoyes y procurando tener siempre provistos sus fuertes para poder resistir un sitio; algunas veces emprendía correrías más largas, como la que hizo a Jerécuaro, donde atacó al pueblo, que estaba bien defendido, apoderándose de él y haciendo prisioneros a doscientos y tantos enemigos, entre los que estaban el Comandante don Mariano Ferrer; don Ignacio Rayón lo condenó a muerte, sentencia que ejecutó en Tepuxtepec el 4 de septiembre; dos españoles y cinco soldados sufrieron la misma pena y los demás fueron incorporados a las filas insurgente.
Don Ramón era infatigable, como lo demuestra la circunstancia de que después de esa acción hiciese una correría por Querétaro y volviese a Jerécuaro, donde derrotó a la partida del realista Aguirre, quitándole los fusiles, que tanta falta le hacían y que inmediatamente después hiciese una larga correría para ponerse en asecho del convoy que se había detenido en San Juan del Río, y al que pudo quitarle algunas cargas.
En enero de 1813 regresó a Nadó, amenazado por Castillo Bustamante, y consiguió barrenar fusiles, lo cual fue un verdadero éxito, pues así podía equipar a todo el ejército con armas de fuego. Con este éxito y con los víveres tomados a los diversos convoyes atacados, tenía lo suficiente para aguantar un sitio que el jefe realista citado no se atrevió ni a iniciar, pues no se acercó a Tlalpujahua. En pugna don Ignacio con los vocales Verduzco y Liceaga, y no habiéndose podido entender con el primero en Pátzcuaro, envió a su hermano don Ramón a Acámbaro para que tratase con el segundo, que tampoco se avino a una avenencia y que al fin se fugó rumbo a Salvatierra, a donde trató de seguirlo don Ramón, pero en lugar de dar con él se encontró con Iturbide, que lo atacó impetuosamente; don Ramón se defendió durante siete horas esperando que Liceaga, espectador de la batalla, lo ayudase, pero al fin tuvo que retirarse, perdiendo su artillería, pertrechos, etc., y entregándose su gente a una completa dispersión.
Don Ignacio y don José María se retiraron inmediatamente al campo del Gallo, a donde llegó don Ramón con los dispersos, pero por entonces ningún ataque se intentó contra esa fortificación, y los Rayón tuvieron tiempo de almacenar suficientes víveres y de reunir bastante partidas de tropa. A pesar de que en Salvatierra quedó derrotado, esa fue una de las más brillantes batallas que sostuvo, como lo confesó el mismo Iturbide, agregando que tres veces tuvo ganada la acción Rayón. Y que en definitiva habría quedado el campo por suyo, aun sin el concurso de Liceaga, si Oviedo, el comandante de la caballería, no hubiese faltado a las órdenes que tenía recibidas. “A no haber sido por el imprudente arrojo de Oviedo, dice don Mariano de J. Torres, se habría obtenido un completo triunfo sobre las tropas realistas, las que no salieron bien libradas del combate”.
Realistas toman Tlalpujahua
En los primeros días de mayo se presentó Castillo Bustamante con dos mil hombres y 6 cañones frente al campo, de donde ya había salido don Ignacio, y aunque don Ramón se defendió bien, esa defensa no correspondió a los preparativos hechos, pues en seis días se vio privado de recursos y sin agua, por lo que determinó abandonar el punto; clavó sus cañones, quemó las cureñas, destruyó las provisiones, voló el parque, y la noche del 12 de mayo se salió del campo con todo su ejército, que no fue sentido por el ejército sitiador; el cerro de Nadó, abandonado por Polo, también cayó en poder de los realistas, que en vano persiguieron a los insurgentes, pero en cambio ocuparon los dos puntos fortificados a Tlalpujahua, que era considerado como la capital de la revolución, y a Zitácuaro, y se hicieron dueños de todos los útiles y materiales que la constancia y previsión de don Ramón había acumulado en esos lugares; Castillo Bustamante arrasó las fornicaciones y se situó en Maravatío para tener expedidas las comunicaciones entre Valladolid y Toluca.
En Tuxpan se reunieron los dos hermanos, y no pudiendo permanecer mucho tiempo en la comarca, se prepararon, yéndose don Ramón para la provincia de Guanajuato, convencido de que no podía sostenerse en Zitácuaro; en pocos días consiguió organizar una nueva partida de 600 hombres con 300 fusiles y cuatro cañones, con la que se presentó en Puruándiro a mediados de agosto de 1813, para proteger a don Ignacio, que durante ese tiempo había andado a salto de mata; sin embargo, don Ramón pocos días permaneció allí, pues además de ser activo comprendía que más ganaba la causa combatiendo que ocultándose y huyendo siempre.
Se dirigió a Zamora y en Chaparaco, el 4 de septiembre, derrotó a una considerable partida realista. Quince días después fue sorprendido por Landázuri en Zacapu y poco faltó para que don Ignacio fuese prisionero. No parece, sino que la fortuna se empeñaba en mostrársele esquiva cuando emprendía don Ramón alguna expedición unido a su hermano don Ignacio. Por orden de éste, que tuvo necesidad de presentarse en el Congreso de Chilpancingo, pero que quería hacerlo con todo el boato de un General que dispone de grandes fuerzas y de un igual que sólo por deferencia ocurre a una cita, don Ramón y de don Rafael lo escoltaron desde Tancítaro hasta Chilpancingo.
Morelos lo invita a unirse para tomar Valladolid
Morelos, que sabía apreciar la valía de los hombres, conquistó a Rayón para que lo ayudase en el ataque de Valladolid y le dio el grado de Mariscal del campo y Comandante de la demarcación de Tlalpujahua, encomendándole, además, que ayudarse al paso del ejército y de la artillería, por el Mezcala, operación que se verificó el 9 de noviembre. Siguió adelante y comunicó a Morelos oportunas noticias acerca de los movimientos de las tropas realistas de Llano e Iturbide, con objeto de batirlo, y le propuso que con la tropa de su mando, la de su hermano don Rafael e igual número de la de Matamoros se situaría en el puerto de Medina o en otros puntos ventajosos, para impedir el paso de Llano, que estaba de Ixtlahuaca, y la reunión de éste con Iturbide, que se hallaba en Acámbaro, con lo que se aseguraría la toma de Valladolid, aun cuando fuese oportunamente socorrida por el último.
El plan de don Ramón Rayón era hábil pero fue desechado francamente por Morelos, que quería tener todas sus fuerzas expeditas para atacar la cuidad; en consecuencia, Rayón prescindió de su idea, y atacando las órdenes del Generalísimo, se limitó a hacer una marcha de flanco paralela a la que seguía Llano; quien sabedor de que el enemigo lo seguía por su izquierda, destacó en Maravatío al Teniente Coronel de Fieles del Potosí, don Mariano Aguirre, con alguna infantería, quien batió a don Ramón el 18 de diciembre en el cerro de Jerécuaro, haciéndole algunos muertos y quitándole bastantes armas.
Don Rafael Rayón, que no había podido incorporarse a su hermano y que a su vez venían de San Miguel para concurrir al ataque de la capital de Michoacán, fue batido también en Santiaguito por Iturbide, y las dos divisiones realistas continuaron su camino sin dejar enemigos a la espalda ni en los flancos. Se asegura que la derrota de Jerécuaro se debió a la falta de municiones que Rayón había pedido con toda oportunidad a Morelos y que éste prometió enviarle a determinado punto.
Fracasando el ataque de Valladolid, en el cual tomó muy poca parte don Ramón, por estar en el punto o garita de Santa Catarina, el grueso del ejército insurgente se retiró a Puruarán, donde lo alcanzaron los realistas; Morelos se empeñó en dar la batalla, a pesar de la oposición de sus Generales, entre los que se contó Rayón pero decidida ésta, quedaron él y su hermano don Rafael al otro lado del río; se defendieron con denuedo, pero batido el punto principal, que era la hacienda, y ocupado, tuvieron que retirarse, sin haber sufrido pérdida alguna; sin embargo, tuvieron una gran dispersión en su tropa, a causa del pánico que se había apoderado de los soldados, que hasta las armas abandonaron. Muñoz, que las recogió, devolvió algunas y Rayón al fin se internó en la sierra de Zitácuaro, situándose en Laureles, donde recogió a muchos de los dispersos; siguió para la Barranca, donde tuvo noticia de que su esposa había fallecido en Tajimaroa, lo que hizo que prescindiera de seguir para esa población y que se dedicase únicamente a organizar su pequeña división, que estaba muy necesitada de municiones y de pólvora.
Encuentra refugió en la gruta de Jungapeo
La exploración de la gruta de Jungapeo, de la que ya tenía noticias y a la que se dedicó entonces, le fue de suma utilidad, pues le permitió pasar con tranquilidad una fuerte fiebre que de resultas de tantas penalidades sufridas le atacó, librarse de la activa persecución que le hacían los realistas Aguirre y Guardamino, además fabricó la pólvora que necesitaba; en efecto, aquella cueva, además de ser una curiosidad como otras muchas por las estalactitas que contenían, era un refugio seguro no para cien hombres, que eran los que habían quedado a don Ramón, sino para dos mil, y el suelo de la caverna estaba cubierto por una espesa capa de medio metro de estiércol de murciélago depositado allí desde hacía siglos.
Desalojó a los alados habitantes de la caverna, tapó los respiraderos de la cueva y prendió fuego al estiércol, que ardió durante quince días, al cabo de los cuales tenía la suficiente materia prima para fabricar azufre y pólvora y un asilo seguro, desconocido de los realistas; estableció cuatro fraguas, fabricó cañones y durante algunas semanas nadie supo de él y en vano lo buscaban aquéllos; el plomo que necesitó lo tomó de los techos del convento de Sultepec.
Al fin fue encontrado y atacado por Aguirre, que aunque penetró a la caverna y destruyó las instalaciones hechas, no causó gran daño al insurgente, que se refugió en el cerro de Cóporo y tuvo ocasión de apreciar las buenas condiciones que tenía para ser fortificado, y determinó establecerse en él, pero entre tanto se dedicó a hacer algunas correrías por la comarca. Se dirigió entonces a Sultepec, donde se proveyó de plomo, reconoció el cerro de la Goleta, que después fue fortificado.
En Tejupilco fabricó parque, haciendo que todas las indias moliesen en sus metates azufre y salitre; de ahí se dirigió a marchas forzadas para castigar a un Comandante español que contra lo pactado fusiló a Bringas, indultado, lo que consiguió en la hacienda de Barranca, jurisdicción de Querétaro, acción a la que concurrieron por orden de Rayón las partidas de Atilano y de Epitacio Sánchez. En la Barranca y en Sabanilla consiguió triunfos que aumentaron su armamento y su crédito, que le dieron alientos para sorprender por medio de sus Tenientes un destacamento de Ordóñez, que estaba en Huehuetoca. Antes de que fuera perseguido se retiró a San Pedro de Cóporo, que se dedicó a fortificar, sin encerrarse allí todavía. En estas ocupaciones pasó varios meses del año de 1814.
Para solemnizar su santo el 31 de agosto, dio libertad a todos los prisioneros realistas que tenía, regalándoles vestidos nuevos y un peso a cada uno; muchos prefirieron quedarse en su ejército y sólo veinte, que tenían familia, dejaron a Rayón. Para librarse de la activa persecución que le hacía Llano con quinientos caballos, discurrió mezclar a la paja cierta raíz venenosa bien despezada y que se confundía con aquélla; cuando el enemigo llegó a la hacienda de Jungapeo, que fue donde empleó esta estratagema, murieron envenenados los caballos, y aunque Llano quiso con sus trecientos infantes forzar los vados del arroyo de Púcuaro para atacar a Rayón, los obstáculos que éste había puesto en el fondo del río impidieron el paso; teniéndose que retirar el Coronel realista.
Le ofrecen el indulto a Don Ramón
Por aquellos días Fernando VII había vuelto a ocupar su trono y los Comandantes españoles recibieron orden de aprovechar esta oportunidad para atraerse a los insurgentes haciéndoles ver que había cesado el pretexto de la revolución. Llano se dirigió a Rayón en este sentido, ofreciéndole el más amplio indulto, pero el segundo se negó a una avenencia, contestando en nombre de la nación mexicana “que ésta nada tenía que esperar de España, mucho menos organizada bajo el plan de absolutismo de Fernando”.
Los últimos triunfos don Ramón, la fortificación de Cóporo y su negativa para indultarse, decidieron al Virrey Calleja a hacer un esfuerzo para acabar con ese insurgente, que era el más notable que había quedado en la provincia de Michoacán. Ordenó a fines de octubre de 1814 a Llano, que se encontraba en Acámbaro, que con su división, fuerte en 2,000 hombres, marcharse a atacarlo; pero Rayón, de acuerdo con su hermano don Francisco, adoptó un género de guerra con guerrillas volantes que aparecían y desaparecían tan velozmente que era materialmente imposible atacarlas; de la caballería ya hemos visto cómo se deshizo, y en cuanto al resto del ejército realista no tuvo más remedio esperarlo en los Mogotes, junto a Tuxpan, donde lo derrotó, así como en la mesa de Cuinga, distinguiéndose en este punto don Melchor Múzquiz; estos triunfos parciales desmoralizaban a los realistas y al fin los obligaron a retirarse a Acámbaro, y aumentaron el prestigio de don Ramón Rayón, que se había batido con fuerzas inferiores en número y en armamento que las del Virrey.
Resolvió reforzar a Llano con las tropas de Guanajuato, que mandaba Iturbide, y con las que estaban a las órdenes de Concha. El 16 de enero de 1815, empezaron las operaciones militares, y aunque Iturbide puso en ellas toda su pericia, no consiguió alcanzar a don Francisco Rayón, que lo obligó a hacer un largo paseo por Irimbo, Tuxpan, San Andrés, y Zitácuaro hasta Angangueo; llegó a Jungapeo el 26, y hasta el 28 pudo presentarse frente a Cóporo, para empezar el sitio. Tres mil hombres tenían Llano a sus órdenes, en tanto que Rayón sólo mandaba a setecientos, con cuatrocientos fusiles, treinta y cuatro cañones, abundancia de víveres, municiones y suficiente agua del arroyo que serpentea por el cerro. Afuera quedaron las partidas insurgentes de Lucas Flores, el Giro, Padre Torres, Obregón, etc., para hostilizar a los realistas y que atacaron infructuosamente a Acámbaro el 4 de febrero de 1815.
Sitio del Cóporo
Cóporo estaba bien fortificado, sobre todo en su parte accesible, por cuatro baluartes regularmente construidos, tres baterías en los intermedios, formadas con saquillos, un foso de bastante amplitud y a distancia de unas treinta o cuarenta varas una estacada o tala de árboles de espino; desde el arroyo subía por el lado izquierdo del frente fortificado una vereda poco usada y una áspera cuesta, y todo lo demás de la circunferencia era enteramente impracticable.
Los sitiadores abrieron un camino para subir la artillería y rompieron el fuego del 2 de febrero, sosteniendo desde ese día frecuentes escaramuzas; el día 5 se celebró consejo de oficiales, ante el cual expuso Iturbide su opinión de que sería dudosa la victoria en el caso de asaltar la fortaleza; pero que no obstante él estaba dispuesto a mandar la fuerza que intentase tal cosa. Transcurrió todo el mes de febrero en escaramuzas sin que los sitiadores adelantasen gran cosa, hasta que el día 3 de marzo, dio Llano a Iturbide la orden de asalto.
En la madrugada del 4 de marzo, tuvo verificativo y aunque los asaltantes, divididos en cuatro columnas, iban mandados por buenos jefes y demostraron mucha intrepidez, fueron rechazados por los sitiados, que estaban alerta; numerosos realistas (400 según Bustamante) quedaron tendidos en el campo, y Rayón sólo perdió un Capitán y un soldado, pues toda la tropa combatió al abrigo de los parapetos. Las consecuencias del asalto fueron que Llano levantarse el sitio a los sesenta y dos días de haberlo emprendido, con gran descontento de Calleja, que comprendió todo el descrédito que sobre las armas realistas había caído.
Rayó creció ante los ojos de todos y desde entonces los insurgentes mostraron predilección por fortificar aquellos sitios elevados que con poco trabajo podían hacerse muy defendibles y hasta inexpugnables. El ejército sitiador quedó dividido en varias divisiones para recorrer sin cesar la comarca y evitar que los fortificados de Cóporo recibiesen auxilios y víveres, así como para preparar lo necesario, a fin de establecer un nuevo sitio cuando se estimase conveniente.
Es capturado uno de los hermanos Rayón
Rayón siguió sus excursiones por la comarca, sin alejarse mucho de su base de operaciones, y en mayo de ese año emprendió un ataque sobre Jilotepec, a instancias de Epitacio Sánchez; a pesar de que la expedición estuvo bien dirigida y de que se peleó largo rato, fueron derrotados los insurgentes, que perdieron bastantes hombres y muchas armas; don Ramón se libró de caer prisionero gracias a la oportunidad con que lo auxilió su hermano don Francisco, y tuvo que retirarse a Cóporo. Algunos meses después cayó prisionero este caudillo en Tlalpujahua, y aunque don Ramón y sus hermanos procuraron salvarlo, haciendo varias proposiciones al Virrey Calleja, no lo consiguieron.
Cuando don Ignacio Rayón regresó de su desgraciada expedición a Oriente, y por causa de la disolución del Congreso se creyó con derecho a ser reconocido como el único jefe de la insurrección, necesitaba ejército y recursos para sostener tales pretensiones. Se dirigió al Cóporo, de donde sacó 340 caballos de remonta, un escuadrón de dragones bien organizado y otros recursos, con lo que debilitó las defensas del cerro y lo dejó sin auxiliares que lo proveyesen de víveres; en vano se opuso a todo esto don Ramón, quien le envió correos suplicándole que retrocediese, pues había temor de que Cóporo se perdiese; “el Lic. Rayón creyó que era objeto de preferencia la consolidación de su gobierno; partió en septiembre de 1816 y no volvió por allí”.
Epitacio Sánchez, Vargas, Urbizu y otros muchos oficiales se habían indultado, y don Ramón abrigaba el temor de que cualquiera día los oficiales que aún estaban a su lado entregasen el fuerte para conseguir el indulto. Desde junio de ese mismo año de 1816, el Coronel don Matías Martín y Aguirre, encargado de vigilar el fuerte, habían ido estrechado insensiblemente el bloqueo de Cóporo y hacia cada día más difícil la introducción de víveres, procurando también entrar en tratos con Rayón; éste se manifestó dispuesto a entregar el fuerte pues estaba convencido de que no podía sostenerse mucho tiempo en él, pero necesitaba vencer algunas resistencias de sus subordinados, que podían sublevarse, como el padre Araujo y algunos otros, que llegaron seriamente a pensar en apoderarse de las personas de don Ramón. Al fin consiguió, por medio de don Apolonio Calvo, ajustar las condiciones de la entrega, en junta de oficiales logró que fuesen aceptadas por todos los jefes, oficiales y soldados.
Rendición de Cóporo
El 7 de enero de 1817, Aguirre formó su ejército frente a la trinchera principal, y Rayón salió con el suyo, formándolo frente al realista; las bandas tocaron diana, unos y otros vitorearon al Rey y a la paz; entraron todos al fuerte y después de una salva empezaron los indios a destruir las fortificaciones; Rayón comprendió en la capitulación a sus hermanos don Rafael y don José María, que estaban inmediatos, y a don Ignacio, no obstante que estaba lejos, los auxiliares y aun muchos insurgentes, bajo pretexto de que se hallaban fuera en comisión; a los desertores y a los procesadores.
Veintitrés cañones, trecientos fusiles, bastante parque, pocos víveres y más de mil hombres se encontraron en el fuerte, que costó trabajo destruir. Fue desaprobada la capitulación, por la idea de que con los insurgentes no se debía tratar nunca; pero no obstante esto, fue cumplida, y Aguirre quedó satisfecho y siguió en el ejército realista. Esta fue la primera capitulación celebrada (a pesar de no haberse publicado) por los españoles.
Don Ramón Rayón deja las armas
Don Ramón Rayón se retiró a la hacienda de Ocurio, que tomó en arrendamiento, y poco tiempo después, perseguido por los insurgentes, se retiró a Zitácuaro, donde levantó una compañía de realistas; su hermano don Ignacio, a pesar de haber contribuido a la rendición, publicó una proclama reprobando la conducta de don Ramón, con él que ya estaba desavenido; pero no obstante esta conducta, cuando cayó prisionero, aquél alegó que debía ser comprendida en la capitulación y trabajó activamente por salvar la vida del Ministerio de Hidalgo, como lo consiguió ayudando por otras personas.
Don Ramón siguió viviendo pacíficamente ese año de 1817 y los tres posteriores hasta 1821, que teniendo noticia del Plan de Iguala acudió a ponerse a las órdenes de Iturbide; éste lo recibió perfectamente, y como aún no estaba seguro del triunfo, lo hizo Comandante de Zitácuaro y lo comisionó para que volviese a fortificar Cóporo, lo que resultó ya inútil, por el rápido desenlace de la revolución.
Hecha la Independencia fue nombrado Regente de la Administración de tabacos de México, y después Contador general de Correos. La Junta de 1824, habiendo examinado los documentos de Rayón, declaró por buenos y meritorios los servicios que prestó a la Independencia desde 1811 hasta la rendición de Cóporo.
Permaneció en cuartel hasta 1834, que el Gobierno de Santa Anna le dio la comisión de pacificar el Estado de Michoacán, la que desempeñó con moderación y eficacia, acabando con la revolución centralista que se había iniciado. Por algún tiempo permaneció allí con el carácter de Comandante General, y terminada su comisión, regresó a México, donde vivió hasta el día de su muerte, ocurrida el 19 de julio 1839.
Fuente: • Biografías de los Héroes y Caudillos de la Independencia. Tomo I y II. Alejandro Villaseñor y Villaseñor. Editorial Jus, S.A.