Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra, nació en la provincia mayor del Nuevo Reino de León (actual ciudad de Monterrey) el 18 de octubre de 1765. Hijo de José Joaquín de Mier y Antonia Guerra; descendientes de la nobleza española se crio en el seno de una familia rica, noble, muy estimada en la provincia y emparentada con las principales de la Nueva España, vanagloriándose por esto don Servando de que por sus venas corría sangre azteca y sangre gorda.
Estudió en Monterrey primeras letras y latín, en la capital de la Nueva España (Ciudad de México) continuó sus estudios, vistiendo a los dieciséis años el hábito de novicio en el Convento de Santo Domingo. A los 27 años se graduó de Doctor en Teología en la Universidad de México, habiendo sustentado cinco actos públicos de Filosofía y Teología en el Convento de Portacoeli. En poco tiempo adquirió fama como orador sagrado, siendo de notarse que el primer sermón que sirvió de base a esa fama, fue uno de los pronunciados en las honras del conquistador de México, Fernando Cortés, por el que, andando el tiempo, llegaría a ser un eterno enemigo de los españoles.
Expuso ideas contrarias al milagro y la figura de la Virgen de Guadalupe
El Ayuntamiento de la capital le encargó el sermón que con motivo de la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe debía pronunciar ante el Virrey y las autoridades el día 12 de diciembre de 1794. Fray Servando, queriendo excederse a sí mismo, vio al abogado Borunda y hablando con él oyó todas las estrafalarias opiniones que este señor tenía acerca de la antigua historia de México.
Afirmaba que la aparición era del tiempo de Quetzalcóatl y que la Guadalupana no estaba en la tilma de Juan Diego, sino en la capa de Santo Tomás, apóstol que predicó el Evangelio en estas regiones. Por este estilo eran las opiniones de Borunda, con las que apechugó el dominico para escribir su sermón. La sensación que causó fue inmensa, como se la esperaba, recibió felicitaciones por su pieza oratoria y también fue ésta la causa de todas sus desgracias, pues en el mismo púlpito se predicó contra el Doctor Mier, a éste se le negaron las licencias para predicar y se le exigió una retractación de los errores en que había incurrido, sin perjuicio de la pena que se le señalase en el proceso que se le seguía.
Fue sentenciado a diez años de destierro en España y de reclusión en un convento, así como a inhabilitación perpetua para entrar en cátedra, púlpito o confesonario y a perder el título de Doctor, ganado legítimamente. Esta sentencia, a pesar de excesiva, se cumplió. Entre filas fue llevado a Veracruz y en espera de buque permaneció dos meses en los calabozos de Ulúa, donde le atacó la fiebre amarilla; así fue embarcado y llevado a Cádiz en el año de 1795, al convento de las Caldas en Santander, donde se le encerró en una inmunda celda, allí fue rechazado entre su comunidad dominica por sus ideas ilustradas.
Logró escapar momentáneamente para verse en cautividad más rigurosa, y consiguió hacerse oír del Ministro Jovellanos, que lo envió a Cádiz, pero él desobedeció y se fue a Madrid, donde a pesar de haber conseguido que la Academia de Historia calificara ventajosamente su sermón y que dijese esa Corporación que el edicto por el que se le procesó era un libelo infamatorio, no consiguió que se le hiciera justicia y fue encarcelado nuevamente en Burgos, por no haber querido ir a Salamanca. Huyó de allí con muchos trabajos y consiguió refugiarse en Francia.
Para subsistir se dedicó a traducir obras al castellano y consiguió que se le hiciese Vicario en Santo Tomás, de París, pero en 1801 dejó ese puesto por causa del Concordato que excluía a los sacerdotes extranjeros.
Partió a Roma, donde se secularizó en el mes de julio de 1803, fue nombrado Teólogo de las Congregaciones del Concilio de Trento e Inquisición Universal y Protonotario Apostólico.
Regresó a España creyéndose seguro, pero su mala suerte hizo que se acordasen de que aún no extinguía su condena y se le encarceló en Madrid y Sevilla. Escapó nuevamente, pero fue aprehendido en Cádiz y engrillado. Como era hombre de gran imaginación se fugó una vez más y pasó a Portugal, ahí obtuvo el empleo de Secretario del Cónsul de España, consiguió vivir en libertad y tranquilo durante algunos años; pero su carácter inquieto no le permitía estar mucho tiempo descansando, de manera que cuando estalló la guerra en 1808, se unió al General Laguna, con el carácter de Cura castrense del Batallón de Valencia e hizo la campaña hasta que cayó prisionero en Belchite. No obstante consiguió volver al campo español y el General Blake, que se enteró de sus aventuras y desgracias, consiguió que se le recomendase por la Regencia para una Canonjía en México esto ocurría por el año de 1811.
Participación en la Independencia de México
Ya había empezado la guerra de Independencia y creyendo el padre Mier que pronto terminaría, se trasladó a Londres, cayéndole la noticia de la situación que enfrentaba la Nueva España (hoy México), de inmediato apoyo el movimiento insurgente y se mantuvo a la espera de una oportunidad de pasar a América, pero empezaron a transcurrir los años y la oportunidad no se presentó, por lo que en 1813 se dedicó escribir la “Historia de la Revolución del Anáhuac”, cuyo primer tomo acaso no existe por haber naufragado el buque que traía la edición, y las “Cartas de un Americano”, dicha historia cayó en manos de los insurgentes quienes con emoción difundieron la noticia.
Extranjeros y españoles exiliados estuvieron de acuerdo en apoyar a la insurgencia, tal fue el caso de Xavier Mina quien ayudó a los insurgentes con tropas, armamento y dinero. A la llegada de Mina entró en relaciones con el padre Mier y le facilitó con sus conocimientos en la metrópoli británica el logro de sus planes, que como se sabe, fueron ayudados por el Gobierno inglés al dar el dinero para la expedición. Embarcándose juntos, hasta llegar a las playas de Nuevo Santander, donde se separaron, Mina se internó en el país y Mier para permanecer en Soto la Marina, a finales de abril de 1817. Sitiando el Mayor Sardá en este punto, hizo una brillante defensa contra toda la división de Arredondo cuando aquél sólo tenía treinta y cinco hombres, y sólo se rindió mediante capitulación, que como siempre fue desaprobada por el Gobierno español y no fue cumplida.
Empezó para el padre Mier una nueva era de desventuras; fue enviado a México y aunque en el camino su cabalgadura lo tiró, haciendo que se rompiera un brazo, ningunas consideraciones le guardó su carcelero, Félix Ceballos. En la capital se le encerró en la Inquisición con tanto secreto, que nadie supo de su llegada; en realidad no le formó causa, lo dejó que escribiese sus Memorias y otros escritos curiosos; según asienta un historiador, en cierta ocasión el inquisidor Tirado le mandó que dijese el Padre Nuestro. “Eso, respondió Mier, se les pregunta a los muchachos, yo soy Doctor en Teología”.
El restablecimiento de la Constitución de Cádiz hizo que el tribunal de la Inquisición quedase suprimido, pero antes sacó de sus cárceles al preso para entregarlo a la justicia ordinaria, diciendo que era el hombre más perjudicial del Reino y que a pesar de lo que había sufrido “conserva aún un ánimo inflexible y un espíritu tranquilo y superior a sus desgracias”.
“Su fuerte y pasión dominante es la Independencia revolucionaria, que desgraciadamente ha inspirado y fomentado en ambas Américas por medio de sus escritos, llenos de ponzoña y veneno”, agregaba en otra comunicación.
Últimos años del Padre Mier
Al ser enviado a Veracruz, Mier supo defenderse tan bien ante el Gobernador Dávila, que asustado éste de la responsabilidad que pudiera contraer, manifestó al Virrey que si no se le enviaba pronto la causa del preso lo pondría en libertad. Atemorizadas las autoridades con esta advertencia, se apresuraron a remitir los papeles necesarios y en diciembre de 1820, nuevamente salió el doctor para Europa.
Consiguió fugarse en La Habana y se dirigió a los Estados Unidos, donde permaneció a pesar de tener ya noticia de la Independencia de México, hasta que supo de su elección para Diputado por Nuevo León al Congreso Constituyente de 1822.
Llegó a Veracruz, pero como aún retenían el castillo de Ulúa los españoles, cayó en poder de ellos y no quedó en libertad sino meses después, debido a las enérgicas reclamaciones del Congreso.
Se presentó a la Cámara el 15 de julio de ese año y su presentación atrajo una concurrencia extraordinaria. Atacó al Emperador y al ser disuelto el Congreso, fue encarcelado por algunos meses. Formó parte del Congreso de 1823 y el Presidente General Victoria le asignó una pensión y le alojó en el Palacio.
Los últimos días de su vida fueron tranquilos y la muerte lo sorprendió el 3 de diciembre de 1827, a los 62 años de edad. Sus funerales fueron costeados por la Nación y el Vicepresidente Bravo los presidió.
Su cadáver fue inhumado en Santo Domingo, donde permaneció hasta 1856, en que por haberse convertido en momia fue llevado al osario; pero en 1861 se le sacó de allí y se llevó en compañía de otras tres momias a Buenos Aires, según afirma el señor Payno; hay quien contraiga esta versión diciendo que la momia del Dr. Mier la cambiaron los dominicos por la de un lego. Sea lo que fuere, se ignora el paradero actual de los restos del ilustre mexicano don Fray Servando Teresa de Mier y Noriega Guerra.
Fuentes:
- Biografías de los Héroes y Caudillos de la Independencia. Tomo I y II. Alejandro Villaseñor y Villaseñor. Editorial Jus, S.A.