Juan Cordero, reconocido retratista y académico mexicano del siglo XIX

Perteneciente a la tradición académica nacional y considerado una de las máximas figuras de la pintura mexicana del siglo XIX

Juan Nepomuceno María Bernabé del Corazón de Jesús Cordero Hoyos nació en Teziutlán, Puebla el 16 de mayo de 1824, fue hijo del comerciante español Tomás Cordero y de la mexicana María Dolores de Hoyos y Mier, quienes al notar su talento para el dibujo lo alentaron a que ingresara en la Academia de San Carlos (también conocida como Escuela de Bellas Artes), donde tuvo como primer maestro a Miguel Mata, quien lo convenció de viajar a Italia para consolidar su formación.

En su infancia se dedicó a vender de manera ambulante por varios pueblos mexicanos, sin embargo, su habilidad para el dibujo hizo que su padre lo enviara a estudiar a la Antigua Academia de San Carlos en la Ciudad de México.

Durante su estancia allí, Cordero se mostró con un talento innato para la pintura y buscó obtener sus mayores conocimientos, pero su amplio recorrer como comerciante por diversos pueblos, le dio el colorido y la percepción para retratar los rasgos físicos humanos.

Más tarde y con hambre de conocimiento, junto con su padre toma la decisión de ir a estudiar a Roma. Radicado en aquella ciudad desde 1844 y hasta 1853, aprendió la técnica relamida, que hizo de él si no el más inspirado, si el más plástico de su época.

Con 20 años de edad llegó al estudio del maestro Natal de Carta y de inmediato llamó la atención del propio Giovanni Silvagni. Tres años después de su llegada a Roma firmó una de sus obras maestras, el retrato de los escultores Tomás Pérez y Felipe Valero, según la biografía que difunde el libro “Juan Cordero y la plástica mexicana en el siglo XIX”.

A lo largo de su trayectoria, Cordero no hizo gran modificación de su estilo. Se dice que fue dueño de una gran técnica pero carente de imaginación. A ello se debe su infortunada estancia en Roma, donde gracias a su estatismo e inmutabilidad, y a su uso del lenguaje fríamente neoclásico, no pudo pasar más tiempo en aquel lugar ni trascender a otras ciudades.

Fue entonces, narra el mismo texto, que hizo del retrato su mayor obra, ya que no le requirió un gran arrebato de imaginación, bastó con su excepcional técnica y su brillante colorido, el más grande que conoció el siglo XIX en el país

El año de 1847 resultó el más productivo para el artista, ya que de esta época datan las obras “Autorretrato”, “Retrato de los Arquitectos de Agea”, “Moisés en Rafidín” y la “Mujer del pandero”, inspirado en su novia María Bonnani.

Después de estos trabajos, el pintor criollo se mostró como el artista religioso que siempre fue a lo largo de su vida, con obras como “Anunciación Angélica”, los murales de Santa Teresa y San Fernando y la “Stella matutina”.

Para 1855 regresó a su país y trajo consigo lo que se considera como su máxima obra, “El redentor y la mujer adúltera”, la cual presentó al pintor catalán Pelegrín Clavé, encargado de la Academia de México.

Dicha obra dividió y apasionó a los pintores de su época. Por una parte se dejaron ver defensores de la obra de Cordero, así como detractores de la misma.

Con escasos 29 años y un temperamento tal, Cordero se consideró listo para dirigir la recientemente reconstruida Academia, de la cual Clavé era el encargado, sin embargo, sólo se le pudo ofrecer la subdirección de Pintura de la Academia, que rechazó negándose a ser dirigido por el que ya consideraba como su enemigo.

Decidió obtener ese puesto de cualquier manera y pidió el apoyo de Antonio López de Santa Anna, a quien retrató montado a caballo y como fondo, el Bosque de Chapultepec y su ejército de caballería. También retrató a la esposa, Dolores Tosta en una suntuosa sala de mediados del siglo XIX.

La compensación de parte del dictador fue la dirección de la rama de Pintura que tanto anheló Cordero en la Academia. Santa Anna ordenó al encargado de estos menesteres que nombrara al pintor como director, pero prevaleció la autonomía y fueros de la institución académica, y el orgulloso Cordero volvió a la oscuridad.

Después de tan doloroso fracaso, volcó sus energías en la pintura mural. Fue el primer pintor mexicano que volvió su mirada a la pintura heroica y se encargó de pintar templos y bóvedas religiosas.

De nueva cuenta recibió comentarios buenos y malos, sólo que esta vez el artista no tuvo el temple suficiente para aceptar la crítica y con sus últimos trabajos demostró que estaba cansado y se volvió descuidado.

Entre 1860 y 1867, al término del imperio de Maximiliano, Cordero abrió un largo paréntesis en su carrera. De ese tiempo data su época como retratista de encargo, donde visitó lugares como Guanajuato, Mérida y Xalapa. También de esta temporada datan óleos en los cuales demostró un grado de madurez, mostrando un estilo agradable, con colores brillantes.

“La mujer de la hamaca”, “La sonámbula”, “La bañista” Y “La cazadora” son obras representativas de dicho periodo.

En 1874, concluyó el primer mural laico pintado en México, en los muros de la Escuela Nacional Preparatoria, titulado “Triunfos de la ciencia y el trabajo sobre la ignorancia y la pereza”.

El artista falleció el 28 de mayo de 1884, a los 62 años. En 1875 se exhibió Stella matutina y Las hijas de Don Manuel Cordero, piezas con las que hizo su última aparición pública.

Fuentes: INBAL, El Informador. 

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