Otra heroína, de origen humilde fue Luisa Martínez, la cual tenía un tendajón en el pueblo de Erongarícuaro, Michoacán, por los años de 1815 a 1816. Independentista convencida, servía a los guerrilleros insurgentes proporcionando noticias oportunas, víveres, recursos, y era correo de comunicaciones de los jefes superiores.
Doña María Luisa Martínez de García Rojas, hoy conocida como “La Patriota”, fue una mujer que vivió apasionadamente su tiempo. Tres veces estuvo encarcelada. Dos veces, logró el indulto, que llevó a su marido a perder tierras y capital. En la tercera ocasión, fue juzgada con dureza por las leyes del imperio y condenada a ser pasada por las armas. Fiel a sus principios, alentada y respaldada siempre por “su” fiel Ernesto, siguió con esa misma fidelidad los dictados de su corazón, entregando su propia vida a la causa libertaria, acción que muchas mujeres de este tiempo de tránsito entre dos siglos, asumimos como cotidiana, porque aún no hemos logrado erradicar de nuestro entorno el autoritarismo, la discriminación y la violencia de género.
Sorprendido el correo de la Martínez, portador de cartas dirigidas a los guerrilleros, ella huyó; pero perseguida, hecha prisionera y encerrada en una capilla, hubo necesidad de que pagara dos mil pesos de multa y prometiese no volver a comunicarse con los libertadores. No escarmentó. Tres veces más se le persiguió, encarceló y multó hasta que no pudo pagar los cuatro mil pesos que se le exigían y fue fusilada en uno de los ángulos del cementerio de la parroquia de Erongarícuaro, el año de 1817.
Antes de morir, inquirió a sus captores: “¿Por qué tan obstinada persecución contra mí?, tengo derecho a hacer cuanto pueda en favor de mi patria, porque soy mexicana. No creo cometer ninguna falta con mi conducta, sino cumplir con mi deber”. Luisa Martínez cayó atravesada por las balas de los realistas.
Más sobre ella:
“Ella nació en el hermoso y pintoresco pueblo de Erongarícuaro, ribereño del lago de Pátzcuaro, en Michoacán, el día 21 de junio de 1780, época Virreynal, lugar en donde se educó y contrajo matrimonio con Esteban García Rojas, en 1797. A él le llamaban “El Jaranero” porque vendía jaranas de manufactura artesanal local, en su tienda de abarrotes de demanda común: como cerillos, velas, ocote, azúcar, maíz, frijol y enseres para la agricultura, que también empleaba para el cultivo de sus tierras de labor. Aquel joven matrimonio tuvo cuatro hijos: Esteban, Crisóstomo, Genoveva y Luisa.
Hasta esta pequeña población, llegaron noticias de lo ocurrido en 1810, cuando el cura Miguel Hidalgo proclamó la lucha por la Independencia de México y la joven pareja siguió con simpatía los acontecimientos que tenían como finalidad, liberar de la opresión colonial a la gente del común, víctima del racismo, del clasismo y de una explotación desmedida. Supieron de los triunfos de los insurgentes y se enteraban también de sus fracasos, que en los años 1811 a 1814, ya eran alarmantes. Ante esta situación, el matrimonio García Rojas Martínez decidió tomar parte en la lucha y así principiaron ayudando a los guerrilleros de la región, con dinero y víveres; pero como la mayoría de lugareños simpatizaba con los realistas, ella, la señora Luisa Martínez de García Rojas, aparentando llevar bastimento a don Esteban, cruzando a caballo por sus terrenos, se internaba en la sierra, para hacer llegar víveres, dinero e información a los guerrilleros insurgentes, sin temor a los riesgos de ser sorprendida por los realistas.
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De todo esto, que atemorizó a muchos y que hizo acogerse al indulto a otros, nada hizo cambiar la valentía de aquella mujer, a quien ya le llamaban “La Patriota”, porque sus acciones eran ya reconocidas por todos quienes simpatizaban por la causa independentista.
Habiendo sorprendida por los realistas, Luisa Martínez de García Rojas fue capturada y puesta en prisión, cobrándosele una fuerte suma, que pagó don Esteban, para obtener la libertad de su esposa. No obstante tanta adversidad, ella no cesó en sus actividades y por ello, pronto fue nuevamente capturada y para liberarla, exigieron los realistas otra fuerte cantidad como multa a don Esteban. Aun así, ni él ni doña Luisa suspendieron su ayuda a los insurgentes, ni se atemorizaron jamás, sino al contrario, con mayores bríos y con renovado empeño, continuaron en su propósito, no obstante que sabían ya de la muerte del General Morelos, quien fue ejecutado el 22 de diciembre de 1815, en San Cristóbal Ecatepec.
Durante 1816, no se registraron acontecimientos de importancia, como si ambos contendientes hubieran acordado una tregua para reorganizarse. Pero iniciando el año 1817, se reanudaron las hostilidades, y así, el 7 de enero, los realistas tomaron el Fuerte de Cóporo, frente a Jungapeo, al capitular Ramón Rayón.
En tanto, en esta región del lago, Luisa Martínez de García Rojas había sido sorprendida, encarcelada y multada por tercera y cuarta vez, pero en esta última ocasión ya su esposo, don Esteban, que había vendido la tienda y sus tierras de cultivo en la tercera vez que logró liberar a su valiente esposa, al no poder solventar la exagerada suma que exigían los realistas por liberarla, ella fue sentenciada a la pena de muerte, como se le había advertido si continuaba ayudando a los insurgentes, lo cual no la hizo cambiar en su noble propósito.
Y así, al ser conducida para su ejecución, doña María Luisa se dirigió con valor y energía al jefe realista, para decirle: ‘Por qué tan obstinada persecución contra mí?… tengo derecho a hacer cuanto pueda en favor de mi patria, porque soy mexicana. No creo cometer ninguna falta con mi conducta, sino cumplir con mi deber’. El jefe realista, Pedro Celestino Negrete, guardó silencio momentáneamente, antes de pronunciar su orden de ejecución.
Allí, en el atrio del Templo de Erongarícuaro, Michoacán, cayó envuelta en la gloria de nuestra historia, la valiente heroína Luisa Martínez de García Rojas, el 17 de enero de 1817.
Su esposo, don Esteban, ya sin ninguna posesión, partió con sus hijos al vecino pueblo de Tangancícuaro, donde reinició actividades de trabajo, que le permitieron dar a sus hijos buena escolaridad y las comodidades a que estaban acostumbrados, además de conservar, como parte importante de su vida familiar, la honra y el reconocimiento de las ejemplares acciones de sus padres.
Fuente: Cambio de Michoacán.