Salvador Elizondo

Salvador Elizondo Alcalde nació el 19 de diciembre de 1932.

Hijo del diplomático y productor de cine Salvador Elizondo Pani, el escritor en cierne se interesó por las artes y la literatura siendo muy joven. Lo primero que publicó fue Poemas (1960), género que nunca volvió a frecuentar, interesándose por la crítica literaria y los textos breves y enigmáticos. Entre sus obras más aplaudidas se hallan las novelas Farabeuf o la crónica de un instante, El hipogeo secreto y Narda o el verano, y de reputados relatos breves.

Desde muy joven tuvo contacto con el cine y la literatura. De niño vivió varios años en Alemania, antes de la Segunda Guerra Mundial, y cursó tres años en una escuela militar en California, Estados Unidos.

Estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en las universidades de Ottawa, Perugia, París y Cambridge, así como en las escuelas Nacional de Artes Plásticas y La Esmeralda de la Ciudad de México. Fue becario fundador del Centro de Estudios Orientales del Colegio de México, en donde realizó estudios de lengua china.

También fue becario de otras instituciones, incluyendo la Fundación Ford para proseguir estudios en Nueva York y en San Francisco, el Centro Mexicano de Escritores (1963-64) y la Fundación Guggenheim (1968-69).

Sintió especial predilección por autores de la literatura inglesa, como James Joyce, Joseph Conrad y Ezra Pound, además de que conocía bien los autores clásicos y modernos franceses, españoles y alemanes.

Vinculado con la tradición literaria europea y con la erótica de Georges Bataille, en su novela Farabeuf o la crónica de un instante (1965), por la que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia, Elizondo se aproxima al lector a través de la metáfora del juego de adivinación I-Ching, donde las nociones de bien y mal, espacio-tiempo, se difuminan y se complementan. De esta extraña obra desaparecen los referentes nacionalistas, dejando lugar a un tiempo congelado (la fotografía), al ceremonial erótico y a la escritura como espejo de sí misma.

Fue miembro de la Academia de la Lengua desde 1976. Impartió cátedras en la UNAM desde 1964, en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, en la Escuela para Extranjeros y en la Facultad de Filosofía y Letras. También fue jurado en los premios Xavier Villaurrutia y Rómulo Gallegos.

En su Autobiografía, publicada en 1966, en la serie coordinada por Emmanuel Carballo, Elizondo se desmarcó de sus colegas: “Mi visión esencial del mundo es poco edificante; en realidad no para ser difundida. En esto no creo ser una excepción a la regla o si lo soy, soy la excepción que la confirma. Nuestra idiosincrasia está hecha de los prejuicios que se resumen en nuestras opciones y ni siquiera por lo que respecta a mi propia persona me considero en posesión de una visión clara”.

Escribió obras de poesía, ficción y ensayo literario, entre las que cabe mencionar las siguientes: Poemas (1960), Luchino Visconti (1963), Farabeuf o la crónica de un instante (1965), Narda o el verano (1966), Autobiografía (1966), El hipogeo secreto (1968), Cuaderno de escritura (1969), El retrato de Zoe y otras mentiras (1969), El grafógrafo (1972), Contextos (1973), Museo poético (1974), Antología personal (1974), Camera lucida (1982), Elsinore: un cuaderno (1988), Teoría del infierno (1992) y Estanquillo (1993). En 1997 colaboró en la edición de El cuervo, de Edgar Allan Poe, en la traducción de Enrique González Martínez, misma que incluye ensayos complementarios y las versiones en francés de Baudelaire y Mallarmé. También incursionó en el cine: su película Apocalipsis 1900 es de 1965. Fue colaborador de los principales suplementos culturales de su época, incluyendo las revistas S.NOB y Nuevo Cine, de las que fue cofundador.

Por otro lado, su producción académica abarcó traducciones de poemas, ensayos y reflexiones literarias de lenguas como el alemán, inglés, italiano y francés. Dio un gran número de conferencias en diversas instituciones culturales de México y del extranjero. Sus libros se han traducido al inglés, al francés, al polaco, al portugués, al italiano y al alemán y han recibido el elogio y el estudio de autores tanto nacionales, como de otros países. En 1965 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por Farabeuf y el Premio Nacional de Literatura en 1990.

Retrato íntimo

Elizondo estuvo casado en primeras nupcias con Michèle Albán, con quien tuvo dos hijas: Mariana y Pía Elizondo; su segundo matrimonio fue con la fotógrafa mexicana Paulina Lavista.

En 2008, la revista Letras Libres, por conducto de Paulina Lavista, dio a conocer los Diarios que el escritor llevó desde los 15 años hasta tres días antes de su muerte. Como introducción a estos textos, Lavista hizo un retrato muy sentido de quien fuera su compañero.

“En 1957, a su regreso de Europa, visitó a mis padres el joven Elizondo… Tenía yo doce años y veinticinco, debo admitir que me causó una gran impresión que hasta hoy persiste en mi memoria. Ataviado con un saco de tweed, pantalón de paño gris Oxford, zapatos ingleses, corbata del regiment, tal vez chaleco a cuadros, con un corte de pelo particular, moreno, de finas facciones, cejón, menudo, vivaz, simpático, ingenioso, aguerrido en sus discusiones contra los otros asistentes, hablando un lenguaje profundo con ideas estrafalarias…, pues me pareció fascinante y creo que desde entonces me enamoré de él…”

Añadió que años después, su primer cliente para hacerle un retrato fue, curiosamente, Salvador Elizondo (esta fotografía apareció en la segunda edición de Farabeuf): “Me uní a su vida cuando yo tenía veintitrés años y él 36, a partir del 17 de diciembre de 1968. Fui su novia durante un año al cabo del cual literalmente me robó de mi casa para llevarme a vivir con él a un modesto departamento frente al Parque México con la advertencia de mis padres y sus amigos de que Salvador me iba a practicar tormentos chinos como los de su novela Farabeuf…”

“Salvador era ordenado y responsable, llevaba un orden casi militar, no se le podía mover nada de lugar porque montaba en cólera, era romántico, celoso, iracundo, nervioso, tímido en cosas prácticas, simpático, risueño, sentimental, ocurrente, puntual, flojo a veces, otras borracho, difícil, exigente, crítico agudo, obsesivo, macho mexicano, le gustaban irresistiblemente las mujeres, amaba a los animales y a las plantas, el paisaje mexicano, comía chile chipotle, tacos de carnitas, chapulines, sopa de fideos y fumaba, a veces, mariguana, usaba paliacates, zapatos ingleses y tweed irlandés (“el Harris tweed es la base, mamacita, de un buen saco”, me decía), lloraba con la poesía y sobre todo era un escritor…”, recordó quien fuera su segunda esposa.

“Anárquico, incisivo, ubicuo, doloroso y dolido…”, lo encuentra Elena Poniatowska en 1966, cuando lo entrevistó para Novedades:

–¿Todo te da igual?
–Absolutamente igual. Casi todo.
–¿Qué cosa no te da igual? ¿La literatura?
–La literatura y el arte, y yo mismo.
–¿Y todo lo demás se puede ir al diablo?
–-No, yo espero que la música alemana no se vaya al diablo, el mundo del sueño, la concepción alemana del mundo, la concepción china del mundo; todo eso me interesa que no se vaya al diablo…

Y, en alguna parte de este diálogo, añade: “El tratamiento que se da al escritor en México es realmente deplorable. Se nos trata, en términos generales, con un desprecio profundo. Cuando yo veo un encabezado de 80 puntos anunciando nuestros empates que nunca llegan a más en el campeonato de fútbol, pues obviamente me deprime.

Cuando veo que la ciudad se paraliza durante un juego de fútbol; que toda la gente está detenida en la calle viendo la televisión de los aparadores, creo que todo eso es sintomático de la pobreza de espíritu de la masa …”

En 2006, Carlos Monsiváis lo recordó así: “Elizondo era la contradicción última, el excéntrico que vivió parte de su niñez en la Alemania nazi, el europeizado por los viajes y el mexicanizado por el cine, el admirador belicoso de Nietzsche, Julio Verne, Valéry, Pound y Edmundo D´Amicis, el espíritu inclasificable que se detenía por minutos en la evaluación y descripción de una palabra, o en el rechazo de un lugar común… el aficionado al cine que quería dirigir, el dibujante que entre risas (suyas) se azoraba por la semejanza de sus dibujos con los de Picasso”.

Salvador Elizondo ingresó a El Colegio Nacional el 28 de abril de 1981. Su lección inaugural, Ida y vuelta: Joyce y Conrad, fue contestado por Ramón Xirau. El maestro Salvador Elizondo murió en la Ciudad de México el miércoles 29 de marzo de 2006.

Fuentes: El Colegio Nacional, Gobierno de México, UNAM

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