Los antiguos mexicas y otros pueblos nahuas creían que cuando sus cuerpos morían, las almas tenían que atravesar un largo camino por el inframundo para llegar al Mictlán.
Los difuntos no emprendían este viaje solos, el alma de su perro les guiaba a través del más allá para poder cruzar el río de la muerte. Es por ello que los perros en estas culturas ancestrales eran considerados un compañero en la vida y en la muerte, un ser a ojos de los dioses al mismo nivel que los humanos para los sacrificios.
Se trata de una raza milenaria que apareció en Mesoamérica hace 2.000 años y de las primeras que empezó a convivir con los humanos en la región. El enterramiento más antiguo en el que se ha encontrado un xoloitzcuintle tiene 1.300 años de antigüedad, en la ciudad de Tula, Hidalgo.
“Sin pelo y arrugado”, eso es lo que significa la palabra xolotl en náhuatl. Esta raza sufre una mutación genética que curiosamente la ha hecho resistente al paso del tiempo.
La falta de pelo está relacionada con la falta de dientes. Los xolos no tienen premolares, por lo que es común ver a muchos con la lengua fuera del hocico.
Este perro era considerado por los mexicas y los mayas un animal sagrado, por lo que los perros eran sacrificados y enterrados con sus dueños para que los acompañaran al otro mundo.
Se creía que en esta relación mística y ancestral, los xolos, creados por el dios de la oscuridad y la muerte, Xólotl, eran capaces de ver el alma de los difuntos.
Desde el siglo XVIII y hasta bien entrado el siglo XX, la raza estuvo al borde de la extinción. En los años de la colonia española, todas las prácticas y creencias paganas fueron castigadas y condenadas al silencio, entre ellas la visión que había sobre los perros.
Gracias a los pueblos originarios, el xoloitzcuintle sobrevivió en el occidente de México y fue en la época del Nacionalismo Cultural cuando se da el impulso necesario para recuperar la raza. Personajes como Diego Rivera, Frida Kahlo, Juan O’Gorman o Dolores Olmedo tuvieron xoloitzcuintles como animales de compañía además de utilizarlos como inspiración de su obra.
Fruto de la investigación, la conservación y la crianza, en 1970 la raza dejó de estar en peligro de extinción y actualmente es común ver a los xolos por la calle como un perro más.
Mictlán, “lugar de los muertos”
Se creía que el viaje duraba cuatro años y que, al llegar a Mictlán luego de haber superado todos los obstáculos, el alma del difunto era recibida por Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl, las deidades del inframundo, quienes le anunciaban el final de sus pesares.
Al Mictlán se dirigían por igual nobles y plebeyos, sin distinción alguna de rango ni de riquezas, pues la muerte no discrimina a nadie.
Parte de los rituales funerarios para despedir a los difuntos en el México prehispánico era la confección de un discurso fúnebre de gran significado.
Acto seguido, el difunto abandonaba este plano terrenal y despertaba a la orilla de un río, que sería la primera de las pruebas para encontrar el descanso eterno de su alma. Este viaje no era una tarea sencilla, pues cada nivel ponía a prueba su carácter, convicción y resistencia.
Los 9 niveles
Primer nivel: Chiconahuapan
También llamado Itzcuintlan o “lugar de perros”, este sitio estaba a la orilla de un caudaloso río, que el muerto debía atravesar con la ayuda de un xoloitzcuintle de color pardusco.
Segundo Nivel: Tepectli Monamictlan
Tercer Nivel: Iztepetl
En este lugar se encontraba un cerro cubierto de filosísimos pedernales, que desgarraban los cadáveres de los muertos cuando estos tenían que escalarlos para cumplir con su trayectoria.
Cuarto Nivel: Itzehecayan
El “lugar del viento de obsidiana” era un sitio desolado de hielo y piedra abrupta. Se trata de una sierra con aristas cortantes compuesta de ocho collados en los que siempre caía nieve.
Quinto Nivel: Paniecatacoyan
“El lugar donde la gente vuela y se voltea como banderas”. Se dice que este lugar se ubicaba al pie del último collado o colina del Itzehecayan, donde los muertos perdían la gravedad y estaban a merced de los vientos, que los arrastraba hasta que finalmente eran liberados para pasar al nivel siguiente.
Sexto Nivel: Timiminaloayan
“El lugar donde la gente es flechada”. Aquí existía un extenso sendero a cuyos lados manos invisibles enviaban puntiagudas saetas para acribillar a los cadáveres de los muertos que lo atravesaban. Estas eran saetas perdidas durante las batallas.
Séptimo Nivel: Teocoyohuehualoyan
Aquí los jaguares abrían el pecho del muerto para comerse su corazón.
Octavo Nivel: Izmictlan Apochcalolca
En esta “laguna de aguas negras” (Apanhuiayo), el muerto terminaba de descarnar y su tonalli (su alma), se liberaba completamente del cuerpo.
Noveno Nivel: Chicunamictlan
Aquí el muerto debía atravesar las nueve aguas de Chiconauhhapan y, una vez superado este último obstáculo, su alma sería liberada completamente de los padecimientos del cuerpo, por Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, esencia de la muerte masculina y femenina respectivamente.
Para transitar estas pruebas, el difunto debía ir surtido de algunos amuletos y pertenencias para facilitar su camino, entre agua, mantas y armas.
Al final de este largo viaje al Mictlán, el difunto debía entregar a Mictlantecuhtli los tributos que se le habían entregado antes de despertar a la orilla del río, pues no sería justo llegar ante el mismísimo señor de la muerte con las manos vacías.
Fuente: Matador Network y José Cárdenas