A continuación algunos relatos del Viernes de Dolores en Guanajuato Capital:
Viernes de las Flores
Por: Joaquín Guerra y Aguilar
Desde la víspera del Viernes de Dolores, los arrieros de la Sierra descargan en los andadores del Jardín Unión sus tercios de álamo plateado, y de los huertos de Santa Teresa y Puentecillas los rancheros llegan a vaciar también sus barcinas de mastrantos olorosos y modestos alhelíes, que las mujeres del pueblo compran apresuradamente, acarreándolo todo hacia sus hogares para adornar el “altar” donde la Dolorosa espera ya, enmarcada su imagen en hermoso retablo, las ramas de plateadas hojas en cuyo derredor colgarán naranjas con parchecitos de oro volador, rodeadas de banderas multicolores de papel de china calado.
No faltaran en las graditas al pie de la Imagen, las macetitas de crecidos trigo verde tierno, ni la oronda tinaja de barro rezumante a la puerta del “altar”, cuyo gollete ostenta entrelazadas yerbas de olor, tapada con la cazuelita vidriada donde el jarro invita un trago de agua fresca, “lágrimas de la Virgen”, pues, porque para eso están las aguas de chía, de jamaica o de limón, prontas a mitigar la sed, graciosamente, samaritanamente, claro, de cualquier viandante fatigado.
No sabemos si tan piadosa como bella costumbre sea seguida en otros lugares de México, pero así los altares, como nuestro Viernes de las Flores, son de las pocas fiestas populares que no han sido arrolladas aún por las costumbres modernas.
El Viernes de Dolores. Algunos recuerdos de mi infancia
Por la Maestra Matilde Rangel López
Los recuerdos del Viernes de Dolores aparecen como puntos luminosos, vivos y brillantes, dentro de la penumbra de mi memoria infantil.
El primer recuerdo es un olor, un aroma dulce y húmedo que empezaba la noche anterior, traspasaba las ventanas cerradas y lo envolvía todo.
—Ya están llegando los vendedores con la manzanilla y los alhelíes decía mi madre. —Y yo me dormía medio mareada soñando que me mecía en una hamaca cósmica dentro de un universo de manzanilla.
El segundo recuerdo era el sonido. Una música alegre hecha de trompetas tamboras y platillos nos despertaba, y entre parpadeos y bostezos corríamos al balcón. El jardín empezaba a llenarse de muchachas con sus estrenos de percal almidonado más olorosas y frescas que los alhelíes… y muchachos que caminaban también en el jardín pero en dirección contraria para encontrarse con ellas en cada vuelta y corteses, intencionados o insinuantes, ofrecer alguna flor a la chica de su elección.
— ¿Por qué le dan una flor?
Mi madre en el ajetreo del desayuno contestaba distraída.
— Será porque le dan a sus novias…
Yo pensaba en Carlitos, mi vecino, que me esperaba al salir de la escuela. Me gustaría que cuando fuéramos mayores me diera una flor un Viernes de Dolores.
Y el recuerdo se me puebla de imágenes: mucha gente comprando flores, ramas verdes, macetitas con trigo germinado y banderitas de papel picado. Hay mucha algarabía, todo el mundo se ríe, se saluda, se detiene a platicar y se va con su gran ato de álamo y flores para sus altares.
Poco a poco el jardín se va quedando sin manzanilla y sin alhelíes, solo quedan hojas pisoteadas, también los olores parecen pisoteados y marchitos.
Pero la algarabía se traslada a las calles. Hay altares en zaguanes y ventanas y cuando uno se acerca le ofrecen agua de limón con unas semillitas hinchadas que resbalan suavemente por la garganta.
— ¿Por qué todos los altares tienen a la virgen tan triste?
Ahora mi madre es más explícita:
— Está por empezar la Semana Santa, Jesús va a ser aprehendido y crucificado y su madre, la Santísima Virgen, está transida en el dolor…
Yo quisiera preguntar por qué entonces ha sido un día tan alegre y con música, flores, risas y coqueteos, pero no me atrevo. Ya no pienso en Carlitos ni en cuando sea mayor, permanezco callada y pensativa. Se me ha ido la risa… siento vergüenza de haber estado alegre…vergüenza también por la irresponsable alegría de la gente.
Silenciosa y dócil sigo a mi madre a la iglesia para recoger el pan bendito y la manzanilla que dan mediante una limosna.
¡Qué lástima que estoy tan triste porque la manzanilla huele a risa!
Relatos tomados de: Tierra de mis amores. Edición del recuerdo 12. Guanajuato, Gto. Viernes de Dolores. 25 de marzo de 1988. Director C. J. Soledad Álvarez Pérez