Hace 70 años los burdeles en México eran parte de la vida social, de su vida vernácula; la vida nocturna ofrecía música y parrandas por doquier. Había burdeles de lujo, en ellos era donde los empresarios apalabraban sus negocios con los políticos y se urdían las intrigas del poder…
En el prólogo, a la obra de Estrella Newman, “La casa de la Bandida”, Salvador Paniagua comenta: “La vida de Graciela Olmos, La Bandida, no refleja rincones oscuros de México, al contrario, con las verdades de su tiempo alumbra muchas vergüenzas que oficiosamente se han tratado de ocultar.
Quede claro desde este momento se está hablando de la verdadera vida de una auténtica señora legendaria. Graciela y La Bandida vivieron su historia, luego el pueblo, al contarla, la volvió leyenda”.
Por mucho, el burdel más famoso de México fue el de La Bandida, de Graciela Olmos; ahí se daba cita la gente importante: potentados, artistas, periodistas, toreros, juniors, empresarios, políticos, entre ellos Fidel Velázquez y Fernando Amilpa, que dejaron de usar sombrero porque lo olvidaban en casa de La Bandida. Fue el propio Velázquez quien ayudó a Graciela para abrir la casa, es decir, el negocio del burdel.
Muchas de las bellezas que ahí trabajaron, terminaron como artistas de cine y teatro; otras, en señoras de la alta sociedad, ricas y respetables. En el burdel de Graciela Olmos, ésta cuidaba y capacitaba a sus muchachas, porque decía que: “donde hay buenas putas, no hay hambre”.
En efecto, las muchachas de Graciela tenían que asistir todos los días a clases de estética y danza con el maestro Alfonso Vargas; clases de natación con René Muñiz; de buenos modales y urbanidad con la maestra Rosita.
Para entonces, La Bandida ya tenía amigos como el compositor Agustín Lara, el poeta Pablo Neruda y el muralista Diego Rivera. En su salón, actuaron grandes cantautores, como José Alfredo Jiménez, Álvaro Carrillo y Cuco Sánchez. Y otros más, como Miguel Aceves Mejía y Benny Moré, “a quien le encantaba ir a beber y cantarle a las muchachas”; había “tríos espléndidos” como Los Panchos, Los Tres Ases y Los Diamantes.
La Revolución dejó huérfanos y desamparados a los hermanos Olmos: “Huyendo de la tragedia que habían vivido en Chihuahua, los hermanos Olmos, Graciela y Benjamín, quien andando el tiempo, éste se haría sacerdote, lograron llegar a la ciudad de México en 1907. Ya en la Gran Urbe, entre otros oficios, vendían periódicos y dormían en los pórticos de las iglesias.” Una pareja porfiriana -prosigue Newman- la recoge, la adopta y la manda a aprender a leer y a escribir, en un internado de monjas, en Irapuato, para su buena educación.
Allí ocurre que el convento es asaltado por un tal José Hernández, El Bandido. Ella de 18 años se casa con él en matrimonio religioso… Ya a su lado, inicia su etapa como soldadera, en la que nutrirá su existencia y su inspiración al conocer y convivir con futuras leyendas de carne y hueso.
Así que la fecunda inspiración de Graciela Olmos, como compositora de corridos, brota de la vida vivida en el frente de batalla como miembro de las fuerzas villistas: compuso, entro otras, Siete Leguas, Benito Canales o Benjamín Argumedo, y boleros de la calidad de La Enramada, que han grabado innumerables tríos y solistas.
Las letras de varias composiciones fueron a propósito de diversos políticos, entre ellos Ruiz Cortines, militares, empresarios y demás…
Prosigue la biógrafa… “A los 20 años de edad, Graciela Olmos queda viuda de José Hernández, El Bandido, quien murió en la batalla de Celaya, y decide volver a la Ciudad de México. Allí, Graciela se dedica a jugar, fuerte, al póquer y, para colmo, se ve involucrada en la venta de joyas junto con Juan Mérigo, de la Banda del Automóvil Gris, por lo que a finales de 1922 se traslada a Ciudad Juárez.
Al enterarse del asesinato de Francisco Villa, en 1923, cruza a El Paso, Texas, donde el general villista Rodrigo M. Quevedo la incorpora al negocio de la fabricación de whisky en Ciudad Juárez y su venta en Chicago.
Ahí, conoce a Al Capone quien, complacido por su desempeño, cierta vez la invitó a su lujosa mansión, donde ofrecía una gran fiesta a miembros de la mafia. Recordaba Olmos, que el mismísimo Capone le pidió que cantara Cielito Lindo, La Cucaracha y La Adelita, ésta última se la acompañó en español el famoso y temible gángster.
“Pero no todo eran brindis y fiestas, por lo que al poco tiempo Graciela decidió mejor huir y vestida con un traje de hombre a su medida, sombrero y un maletín con 46 mil dólares, enfiló presurosa rumbo a la frontera mexicana. En 1929 encontró en Tampico al Chato Guerra, promotor artístico, quien luego sería el dueño del cabaret Folies Bergère en la capital, pero este individuo llevó a la quiebra a Chela con malas inversiones y fatales partidas de póquer.”
Obviamente la Compañía también quebró, pero Graciela se hizo amiga de la estrella del espectáculo, Ruth Delorche: “Era tal la belleza de Ruth, amante por entonces del general Calles, que Agustín Lara, deslumbrado e inspirado, le compuso Señora Tentación”.
Graciela le contaba a la maestra Newman que: “muchas mujeres se habían paqueteado con el cuento de que Agustín se inspiró en ellas, pero la verdad es que esa canción se la inspiró Ruth Delorche.”
Pero, la buena relación entre éstas se fracturo, cuando en una ocasión Ruth llevó a La Bandida a una fiesta que daba el general Calles en Cuernavaca.
Como Graciela Olmos descubriera entre los comensales a varios tenientes, capitanes y coroneles villistas convertidos ahora en generales e incrustados en el gobierno en turno, contrariada decidió estrenar ahí su sentido corrido “Siete Leguas”, que había compuesto en honor y lealtad al Centauro del Norte. Ruth, nunca le perdonó que le arrebatara los reflectores y la atención de Calles…
En el gobierno cardenista se inició una fuerte campaña contra las casas de juego, que iban de la mano de los burdeles, también llamados casas de citas, por lo que Graciela manejó sus negocios desde un penthouse del lujoso hotel Regis.
Renombrados actores, pelotaris, tahúres y empresarios eran sus amigos y clientes, sin faltar los políticos que fueron sus protectores como Miguel Alemán, Maximino Ávila Camacho, Uruchurtu… Y, claro, figurones del toreo de esa época, como Silverio, Garza y Manolete, que no era místico delante de las mujeres, sino pundonoroso delante de los toros, dice la maestra Newman.
Sin dinero -concluye Estrella Newman-, por casi todos olvidada, una noche de mayo de 1962 Graciela Olmos descansó de decirle sí a la vida. Fue amortajada por la madre superiora de un asilo de huérfanos, al que Graciela siempre mantuvo y ayudó.
Alcanzó a llegar a darle los últimos auxilios y a echar agua bendita sobre su féretro su hermano sacerdote, Benjamín, El Beato, como ella le decía. No pudo tener mejor epitafio que su propia inspiración en su canción La Enramada: “Ya la enrama se secó/el cielo el agua le negó…”.
Graciela Olmos, La Bandida, fue soldadera del ejército revolucionario de Pancho Villa, cantautora de rancheras y boleros, joven viuda, traficante de whisky en EEUU y la mayor empresaria del lenocinio en el México del ayer… “El relato, es el de una existencia que rebasa toda ficción”:
Publicado en periódico AM
Alejandro Pohls Hernández alejandropohls@prodigy.net.mx Fuentes: Páez Leonardo, “La Jornada”, periódico. Cano Toni, “El Periódico”, Catalunya. Newman Estrella, La casa de La Bandida.