Las reales provisiones contra la esclavitud habían contrariado de modo significativo los intereses de los españoles radicados en América. Quien fuera presidente de la primera Audiencia de México, Nuño de Guzmán, resume en una carta a la emperatriz Isabel, firmada en Nueva Galicia (actualmente Zacatecas, Aguascalientes, Jalisco, Nayarit y parte de San Luis Potosí) el 12 de junio de 1532, el común parecer acerca del tema: como los indios se rebelaban contra la predicación religiosa y las autoridades españolas sin recibir castigo, los conquistadores no podían someterlos por la fuerza y no recibían premio ni beneficio alguno por su sustento; que era jurídica y teológicamente válido hacer esclavos en guerra justa contra los infieles, además de que entre cristianos era lícito el intercambio de cautivos.
Con argumentos como los anteriores u otros similares se concedieron licencias extraordinarias para continuar la práctica de la esclavitud indígena en cierto lugares, a pesar de las protestas de los frailes franciscanos y agustinos, del presidente de la segunda Audiencia y del propio Vasco de Quiroga, quien reprendió de manera muy severa al cabildo de la ciudad de México, por haber exigido el silencio de los religiosos que se pronunciaban contra la esclavitud.
Pero los mandamientos reales que llegaban a México para conceder permisos individuales derogatorios de las provisiones antiesclavistas ponían en evidencia que la propia corona no estaba muy convencida de la política que había llevado hasta entonces. Finalmente, una nueva cédula real, expedida en Toledo el 20 de febrero de 1534, revocó en general la prohibición, autorizando de nuevo el cautiverio en guerra justa, así como el rescate de los indios esclavos.
Contra esta medida se pronunciaron de inmediato a algunos de los más férreos opositores del régimen esclavista como Fray Bartolomé de las Casas, fray Bernardino de Minaya, y fray Juan de Zumárraga. Por su parte, el oidor Quiroga dirigió a su gran amigo Bernal Díaz de Lucio (miembro del Consejo Real y Supremo de Indias, el más alto organismo asesor del rey para el gobierno de las colonias ultramarinas) una extensa y bien fundamentada Información en derecho, para que abogara por libertad de los Indios antes los demás consejeros y demostrara la falsedad de los argumentos en pro de la esclavitud.
Defensor de los indios
Vasco de Quiroga toma como base la noción de que los juicios acerca de los indios y sus costumbres provienen de generalizaciones o falsas apreciaciones, sea por ignorancia, negligencia o porque la maldad “les pone venda en los ojos” a quienes hablan de modo negativo sobre su capacidad, haciéndoles ver sólo aquello que conviene a sus intereses. Por esta razón, lo que hará Quiroga será demostrar que la esclavitud sería el peor método para evangelizar y someter a los indios, mediante la exposición de un sinnúmero de casos de los que fue testigo o de los que conoció como juez. Para comenzar, recuerda la visita que hicieron a la Audiencia las principales autoridades indígenas de Michoacán, con el fin de denunciar el maltrato que recibían los españoles, por medio de un intérprete o nahuatlato, quien habló de forma tan elocuente y conmovedora, que Quiroga lo comparó con la escena del villano del Danubio, el cual causa los abusos de las autoridades romanas —referencia aparecida en el Reloj de príncipes (1529) de fray Antonio Guevara, uno de los humanistas más leídos en la España de esta época—.
Por otra parte, si los españoles tenían la misión de evangelizar, como ordenaba la concesión papal de estas tierras, al predicar una claridad cristiana que sólo existía en las palabras y mostrar pésimos ejemplos de vida a los indios, al esclavizarlos, al robarles, al violar a sus mujeres, blasfemando y despojándolos de todos sus bienes, solo daban a entender a los indios que esta predica era una gran mentira.
Quiroga sabía, por experiencia propia, que los indios se dejaban influir más por lo que veían que por ello escuchaban, y recomendaba acercarse a ellos con el “cebo” de la buena y cristiana conversación —entendida en su sentido original latino como trato, compañía y discusión con una o varias personas—, y no mediante amenazas de guerra. El buen ejemplo en la vida cristiana, como había aprendido a leer a Erasmo de Rotterdam, podía derrotar con mayor facilidad a los enemigos de la religión, que el arma o ejército más poderoso, dejando a todos los combatientes con vida.