Antes de fallecer (el 2 de marzo de 2009), el cronista de Dolores Hidalgo, Alberto Gloria, envió al director de la Revista Centenarios un artículo que se sumó al viejo debate entre habitantes de esta población y de San Miguel de Allende, acerca de las personalidades distintas del Cura Miguel Hidalgo y de Ignacio Allende y de sus papeles históricos. Para abonar a un mayor conocimiento de nuestra historia, reproducimos esas aportaciones:
¿Quién es el verdadero Padre de la Patria?
A Ignacio José de Jesús Pedro Regalado de Allende y Unzaga nunca se le ha juzgado correctamente en base a sus errores y defectos de conducta en la Revolución de 1810, a la que por soberbia o candidez, puso en su peor momento. Se le ha llamado “El Primer Soldado de la Patria” no obstante sus indignas conductas. Desde la noche del 15 de septiembre de 1810 comenzaron a revelarse las diferencias y las dificultades que separaban a Hidalgo de Allende.
Esa noche Hidalgo expresó la voluntad de tomar las armas, mientras que Allende proponía huir al norte, porque dijo “nuestra captura representa la muerte”.
Al día siguiente, al tomar San Miguel El Grande, Allende andaba borracho. Pretendió subir escaleras a caballo, en la casa donde estaban los españoles. El caballo no obedeció por más que lo aguijeaba. En la misma población, Allende se disgustó seriamente con Hidalgo, porque no se oponía ni evitaba el saqueo que llevaban a cabo sus tropas, en casas de españoles. En Valladolid, Allende bebió un vaso de aguardiente, señalado como envenenado. ¿Qué militar se atreve temerariamente a ingerir cualquier bebida envenenada? El imprudente, ponía en riesgo su salud, su vida, su Ejército y su enorme empresa.
Hidalgo se opuso a tomar la capital del virreinato
El 30 de octubre de 1810, Allende haciendo gala de sus aptitudes, conocimientos y destrezas militares, en la batalla del Monte de las Cruces triunfó sobre las huestes de Torcuato Trujillo Cachón, defensor de la capital del Virreinato. La ciudad quedaba a merced de los revolucionarios. Hidalgo se opuso a tomarla, frente al serio disgusto de Allende. Por carta que fechó el 13 de noviembre de 1810, y que mandó a José María Morelos, Hidalgo justifica razonablemente su negativa expresando: “… consideré retroceder para habilitar la artillería, ya que el fuego sostenido en Monte de las Cruces había debilitado las municiones…”.
Se dividen Hidalgo y Allende
Las diferencias entre ambos caudillos comenzaron a hacerse patentes. Allende se separó de Hidalgo y dividió al Ejército tomando una actitud contraria a todos los intereses, pues al dividir el Ejército lo volvía absolutamente vulnerable ante los ataques de Calleja. Hidalgo, por un lado y con su gente, regresó a Valladolid y Allende, por otro lado, con sus seguidores regresó a Guanajuato. Esta conducta de Allende daba materia a un juicio militar, por traición o por desobediencia. Por esos días, Allende le mandó a Hidalgo tres oficios con distintos mozos, recriminándole “… usted se desatiende de mis oficios y: se ocupa solamente de su seguridad personal… En sus cartas Allende, “agriado demasiado”, como lo anota, llama cobarde a Hidalgo y le recrimina el estar poniendo en riesgo la seguridad de las tropas.
Amenaza Allende a Hidalgo
También le asegura, que en Guadalajara, se hará de caudales para embarcarse en San Blas y huir de Nueva España. Allende en su carta de 20 de noviembre de 1810, le jura venganza a Hidalgo: “… juro a usted, por quien soy, que me separare de todo, más no de la justa venganza personal’ Esta frase en buen romance, encierra claramente una amenaza punible. Estas cartas anticipan la inminente ruptura entre Allende e Hidalgo y exponen el marcado interés de Allende por deshacerse del cura, para suplantarlo en el liderazgo.
Allende quiso envenenar a Hidalgo
En Guadalajara, Allende con todas las agravantes premeditación, alevosía y ventaja pretendió asesinar a Hidalgo. Preparó el delito premeditó las conductas, compró: el veneno, repartió las porciones a sus cómplices que eran entre otros, su hijo Indalecio y el Severo Maldonado, buscó la mejor oportunidad, sólo que el recelo que ya Hidalgo le mostraba, impidió que ingiriera el veneno mortal. (En términos de la legislación vigente esta conducta tipifica un homicidio calificado, en grado de tentativa. Allende intentó cometer un magnicidio. Militarmente constituye un golpe o una traición. Si lo hubiera consumado, Allende hubiera cometido también el delito de “amenazas cumplidas”.)
Allende despoja del mando y detiene al Cura Hidalgo
Luego de la derrota del Puente de Calderón, en la hacienda de Pabellón, en Aguascalientes, Allende cumple, su propósito, al despojar sin formalidad alguna, a Hidalgo del mando y mantenerlo en calidad de detenido, con vigilancia extrema y con orden de matarlo, en caso de que pretendiera huir. Ahí esperó Allende a José Rafael Iriarte, comandante de una División del Ejército realista en esa plaza, de dos mil hombres de las tres armas, que se le unió con mil quinientos efectivos. Iriarte y Allende formaron en las filas de Calleja en 1801, eran amigos y compañeros de armas. Razones suficientes para que Allende, confiado, lo invitara a integrarse a los insurgentes. Iriarte se sumó gustoso, no sin antes recibir instrucciones de Calleja, de quien era brazo derecho. De tal manera que de Aguascalientes a las Norias de Santa María de Guadalupe de Acatita de Baján, los 893 insurgentes que resultaron detenidos, caminaron al lado del enemigo.
Sólo Allende pudo creer en la lealtad de “su amigo” José Rafael Iriarte, que en santa paz, los puso en manos de Elizondo. Esta confianza de Allende puso en su peor momento a la revolución que encabezaba. En su candidez nunca se percató que Iriarte y sus hombres ya los custodiaban y los conducían tranquilamente al lugar de la emboscada. Presupuesto del prendimiento y de la muerte.